Entre lo cómico y lo humorístico.
Resumiendo, todo lo que produce placer humorístico, si no implica elementos subjetivos ―de racionalidad y emocionalidad― es puramente cómico; si los implica, entonces no es sólo cómico sino también humorístico. Dicho de otro modo: todo lo humorístico es cómico, pero no todo lo cómico es humorístico.
Es obvio que en la práctica cotidiana no andaremos precisando que un efecto o producto humorístico es cómico y también humorístico. Diremos simplemente “humorístico”. Y también es obvio que, a nivel coloquial, uno emplea “cómico” y “humorístico” libremente, sin preocupaciones de rigor. Pero a la hora de conceptualizar, hay que cuidar las precisiones.
La caída de alguien o su modo natural de andar ―como hechos cómicos y causa de placer humorístico― son tan ajenos a un proceso de comunicación, y por ello tan incapaces del menor carácter subjetivo, como la cara de un animal o la forma de un objeto. La única subjetividad implicada en el fenómeno es la del receptor, a quien le es imposible captar comicidad alguna y experimentar placer si no es mediante su subjetividad, en la cual está inscrito su sentido personal del humor y su ánimo circunstancial para este. Pero la subjetividad del receptor capta la diferencia entre una comicidad sin espíritu propio, por así decirlo, y la que se produce cuando la subjetividad de la fuente está comprometida a causa de algún proceso de comunicación. Es decir, capta la diferencia entre lo puramente cómico y lo cómico fundido a lo humorístico. Y una vez implicada la subjetividad de la fuente ―no importa que esta haya querido o no provocar placer humorístico, ni que sea o no consciente de provocarla―, ya está presente lo humorístico.
Ahora bien, si consideramos tan sólo la subjetividad del receptor (y su sentido del humor) en relación con algún hecho u objeto que pueda provocarle placer en un momento dado, es obvio que esta puede variar enormemente no sólo a causa de su ánimo o disposición en dicho momento, sino también a causa de la imagen previa que tenga él de la fuente: si esta es una persona, habrá que ver si le es desconocida o conocida, y en este caso qué conoce el receptor de ella, y qué sentimientos le provoca: simpatía, aversión, etc.
En presencia de lo humorístico, es obvio que la suma total de elementos subjetivos ―racionales y emocionales― constituye una "cifra" mayor, y muy mayor será por tanto la variedad posible de sus efectos. La comicidad más o menos fuerte, y el factor humorístico fundido a ella (que añade la imponderable mezcla de racionalidad y emocionalidad), además de las características del receptor, establecen un cuadro de variaciones prácticamente infinito de los efectos; ese cuadro incluirá desde la carcajada, y los diversos grados de risa y sonrisa, hasta la llamada "sonrisa interior".
Ahora bien, está claro que la "sonrisa interior", expresión invisible del placer humorístico, es posible sólo ante lo humorístico, no ante lo cómico. Dicha respuesta sólo se conforma al percibir en la fuente elementos de inteligencia y emocionalidad, propios de los procesos subjetivos, que no se encuentran en lo que es puramente cómico.
Entre el placer humorístico, el placer estético y el placer lúdico.
A medida que lo humorístico se aleja de lo puramente cómico e involucra una mayor emocionalidad y complejidad intelectual, va resultando más evidente la conexión o afinidad que existe entre el placer humorístico, el placer estético y el placer lúdico. Y así como el goce estético puede abarcar desde lo puramente decorativo, o el puro juego con los elementos del lenguaje artístico, cualquiera que este sea, hasta las expresiones artísticas más complejas emocional e intelectualmente, el placer humorístico abarca también desde lo puramente cómico, y desde el humor más ceñido a la comicidad, hasta las expresiones más elaboradas de este.
La imitación de una caída accidental, que como tal resulte cómica, es comparable a un retrato realista: por mucho que este se parezca al modelo, nadie diría que la naturaleza es lo mismo que el arte. Un hombre feo, o raro, puede ser cómico. Pero esa comicidad, en una caricatura, es humor. Es decir un arte que se permite desde la burla gruesa al modelo, hasta su más sutil interpretación. Entre un humor muy ceñido a la más clara y fuerte comicidad, y un humor sumamente elaborado con sugerencias emocionales e intelectuales, hay una distancia comparable a la que puede haber, en el caso de la pintura, entre un retrato realista y un retrato altamente estilizado. Y ―para seguir remitiéndonos a la pintura― podemos decir también que el goce de lo puramente cómico es comparable al goce estético de un paisaje natural; el goce de un humor muy cercano a la pura comicidad es comparable al de un paisaje pintado con extremo realismo o con un sentido puramente decorativo; y el goce de un humor elaborado para la sonrisa inteligente o la "sonrisa interior" puede compararse al de una pintura de compleja elaboración estilística e interpretativa.
Estas comparaciones no deben tomarse al pie de la letra (como siempre que se trata de lenguajes artísticos diferentes), pero nos ayudan a ver. No es por casualidad que las personas de reducida cultura artística preferirán siempre una obra plástica de estilo realista o de carácter decorativo, antes que una obra de mayor complejidad formal e interpretativa. Del mismo modo, las personas de escasa cultura del humor preferirán por lo común un humor de clara y fuerte comicidad, que provoque risa, a un humor de sonrisa inteligente o "sonrisa interior", que probablemente no podrán percibir como humor. Y no está de más aclarar que las diferencias de que hablamos, entre obras pictóricas, humorísticas, o de cualquier arte, no se refieren para nada a la calidad. Esta última no se deduce mecánicamente de ningún aspecto tomado por sí solo, sean los rasgos formales, el tema, o las reacciones de un público determinado.
Ahora bien, el histórico menosprecio hacia el humor ha opacado la íntima relación que existe entre el placer estético y el placer humorístico. Y la ha opacado porque la falta de visión y los prejuicios ante el humor han dificultado su plena comprensión como arte. Una vez comprendido como tal, y en la medida en que se trate de niveles más altos de elaboración e implicaciones intelectuales y emocionales, va resultando obvia la dimensión estética de lo humorístico, y cómo el placer humorístico y el goce estético pueden fundirse en las mismas realizaciones. (Bastaría mencionar grandes escritores humoristas como Cervantes, Quevedo, Rabelais, Lawrence Stern, Chejov, Mark Twain, Chesterton, Eça de Queiroz, Cortázar y muchos otros).
En cuanto al goce lúdico, los vasos comunicantes que existen entre este y el placer humorístico resultan también obvios en dos sentidos: primero, en el sentido de que el humor es un arte, y en todo arte existe un fuerte componente lúdico, porque todo arte es creación y toda creación es un juego. El juego creador involucra de manera evidente la inteligencia, la emocionalidad, la sensorialidad, la imaginación, la técnica. Ya se sabe que el juego desempeña un papel esencial en el desarrollo del niño, y que la reducción de la capacidad y la disposición para el juego, en el adulto, es en términos absolutos una pérdida. Una pérdida que afecta la creatividad, el equilibrio emocional, la salud. Es decir la calidad de vida. No es por casualidad que en personas creativas, armónicas y sociables suele observarse una pervivencia mayor de la disposición y la capacidad infantiles para el juego. En segundo lugar, la relación entre el placer humorístico y placer lúdico se hace ostensible en numerosos juegos cuya mecánica produce risa, hasta el punto de que en muchos casos se diría que la risa es el primer objetivo de esos juegos, su sazón principal. En muchos juegos competitivos esa sazón puede ser tan fuerte que el placer lúdico, al final, no se ve afectado lo más mínimo por el hecho de perder. El placer humorístico se impone dejando un saldo, una ganancia que supera la pérdida. Y la risa se revela como un fuerte denominador común entre el juego y el goce de lo cómico y lo humorístico, confundiéndolo todo.
Podemos establecer cierta relación entre parodia y chiste, atendiendo a la forma y el contenido en ambas expresiones. Una expresión paródica que se resuelva en forma instantánea o muy breve, puede ser considerada como un chiste. Será una parodia por su intención, su sentido de imitación burlesca y rebajamiento del modelo; y por su forma será un chiste.
También podemos establecer una relación entre broma y chiste, atendiendo igualmente a la forma y la intención. Aquellas bromas que, con independencia de la sencillez o laboriosidad de su preparación, se resuelven en forma instantánea o muy breve, digamos de una pieza, pueden considerarse como un chiste. Son una broma por su intención y contenido de burla, engaño, tomadura de pelo, y por su forma son un chiste.
La ironía y la parodia pueden considerarse como expresiones de burla formalmente opuestas entre sí, en el sentido de que la primera finge valorizar al objeto burlado, y la segunda lo desvaloriza más o menos frontalmente.
Es evidente la cercanía de estas dos expresiones de burla. Pero se diferencian en que la intención paródica es más afín a la de un juego formal, y la satírica se define como más crítica, por lo cual esta puede alcanzar mayor nivel de agresividad, pues va más a fondo. No obstante, ocasionalmente pueden fundirse y confundirse.
Entre la caricatura y la sátira.
La caricatura, que está en el mismo campo de la parodia, puede aproximarse a la sátira en la medida en que desborde el juego formal y penetre en el campo interpretativo, valorativo, crítico.
Aramís Quintero
Pepe Pelayo