Lo ridículo es una cualidad que puede provocar placer humorístico, y que aparece marcada por una incongruencia o desproporción que implica alguna presunción o vanidad. Es percibida siempre en personas (o bien en objetos o manifestaciones, siempre que remitan de algún modo a personas), y la risa o sonrisa que causa está teñida en alguna medida de un ánimo de crítica, desprecio y burla. En lo ridículo se halla siempre comprometida la subjetividad de su fuente; la presunción o vanidad que implica tiene un sentido social, constituye una forma de comunicación. Por tanto, si produce placer se percibe como un caso particular de lo humorístico.
Ahora bien, en lo que atañe al receptor, cabe observar que es posible que este atribuya a la fuente una presunción o vanidad que objetivamente no existe en ella. Lo ridículo, entonces, residirá tan sólo en la subjetividad del receptor. (Pero, como ya indicamos al principio, no vamos a sumergirnos aquí en cuestiones como estas, innecesarias para nuestro propósito).
Aunque casi toda la terminología relacionada con lo cómico y lo humorístico sufre un verdadero vapuleo semántico ―y no sólo por parte del vulgo―, conviene comentar especialmente aquí el uso del concepto ridículo en la expresión "poner en ridículo" o "ridiculizar". Dicha expresión se usa libremente con el sentido de dejar a alguien mal parado, en evidencia, burlado, vencido por amplio margen, etc. Pero en muchos de estos casos su objeto, la víctima, no está afectada realmente por la ridiculez, tal como la hemos definido, ni ha hecho realmente el ridículo, y ni siquiera el hecho en cuestión ha provocado el menor placer humorístico.
Una auténtica situación de ridículo, por tanto, se produce cuando los hechos contradicen flagrantemente cualquier supuesto marcado por una presunción o vanidad, y dicha contradicción o quiebre provoca un placer humorístico. Es el caso, por ejemplo, de quien presume o sugiere ostensiblemente poseer una cualidad o habilidad que, de súbito, por algún imprevisto o por error del presuntuoso, se revela falsa, inexistente. La gente se ríe o se sonríe, con disimulo o a las claras Pero no es necesario un imprevisto o un error momentáneo: también hace el ridículo, por ejemplo, quien presume claramente de una imagen seductora o elegante, digamos, cuando su vestimenta o su conducta lo contradicen, sea de manera sutil o escandalosa. En cualquier caso, la medida en que la presunción o vanidad haya motivado un sentimiento de rechazo, determinará el grado de “venganza” y desvalorización contenido en la risa o sonrisa que se provoque. Es por esto que si un poderoso hace el ridículo, se disfruta más ―y con más saña― que si lo hace un pobre diablo.
Aramís Quintero
Pepe Pelayo