Para preguntarnos qué es un chiste debemos previamente despojarnos de todo prejuicio. Pues es considerado a menudo superficial y de muy poco valor. Dentro del mundo del arte otros tantos lo desprecian. Es frecuente encontrar una definición peyorativa que nos aleja de un significado más profundo. Para nosotros la definición de chiste es más compleja.
Chiste es todo aquello que provoca placer humorístico (o placer cómico, como lo denominamos en nuestra Conjetura).
No obstante el maremágnum de opiniones distintas y con frecuencia contradictorias que existen sobre la definición de chiste, parece haber consenso suficiente respecto a su economía y brevedad. Al menos en castellano la propia palabra “chiste”, si se quiere, representa al fenómeno con cierto matiz onomatopéyico: ¡chist!, ¡chitón!, chistar, que son sonidos abruptos y significan algo también abrupto, brevísimo. Una palabra equivalente en este sentido, y que podemos tomar como sinónimo de chiste (pues no significa otra cosa), es gag, acuñada en inglés, inicialmente en el music hall, y luego en el medio cinematográfico.
El chiste es, pues, ante todo una forma.
Todos saben que siempre se ha intentado definir el humor a través de la risa y eso es un error, porque existen muchas risas que no son producto del humor. También se ha tratado de definir el humor como estado de ánimo, error que se produce al seguir la antigua teoría de los cuatro humores y aceptar las populares frases “estoy de buen humor o de mal humor”. Y por si fuera poco, también han definido equivocadamente al humor desde el humorismo, como corriente artística. Total caos. Porque además, todos tienen razón… parcialmente, claro.
Por tal motivo, en nuestra Conjetura dejamos lo que sucede en el cerebro de una persona como “proceso cómico”. Dejamos a un lado (no por eso importante en la vida, obvio), al estado de ánimo, y definimos al humor como el hecho de comunicar a otro (o a muchos) ese “proceso cómico”, con toda intención, claro está. Y que puede surgir tanto en una cotidiana conversación en la vida, como en el más elaborado nivel comunicacional humano: el arte.
Entonces, para seguir el hilo de nuestra Conjetura, cada vez que ocurre un “proceso cómico” es porque nos encontramos con una incongruencia que nos da gracia (puede ser que nos llegue a través de los sentidos o por nuestra imaginación, añadimos nosotros). Y gracia a gracia se conforma cualquier comunicación humana, se conforma una obra humorística (sin importar calidad, profundidad, etcétera), de la manifestación artística que sea (una novela, una historieta gráfica, una pelicula, una obra teatral, etc.). Entonces, ¿por qué no pensar que cada gracia de cada incongruencia es un chiste? Si leemos una frase de un erudito escritor, si contemplamos un trazo de un excelso caricaturista, o si observamos un mínimo gesto de un clásico del cine, los cuales nos provocan una sonrisa o una sonrisa interior y a la vez nos hace pensar y sentir mucho más, ¿por qué no pensar que son chistes? Como los son también la caída de un payaso, un pastelazo en la cara, o cuando nos cuentan una breve historia simplona.
La diferencia está en la calidad, en la profundidad, en las intenciones. Pero todos tuvieron que pasar como incongruencias por el “proceso cómico”. Eso los iguala.
Dentro del mencionado enredo de opiniones, tenemos al que restringe el concepto de chiste al simple juego de palabras, como el escritor español Wenceslao Fernández Flórez, en el prólogo a su Antología del humorismo en la Literatura Universal (Editorial Labor, España, 1957), y tenemos al que lo amplía sólo para incluir hechos gráficos y de lenguaje, como la académica española Ana María Vigara Tauste, en su ensayo Sobre el chiste y la comunicación lúdica: lenguaje y praxis (Espéculo: Revista de Estudios Literarios, ISSN-e 1139-3637, No. 10, 1998-1999)). El padre del psicoanálisis, el austriaco Sigmund Freud, sin embargo, aunque se refiere al chiste como hecho verbal, en algún momento admite que nada nos impide ampliar el campo de uso de este término para abarcar con él "a todo artificio que nos haga surgir a la luz una franca comicidad". Lo expresó así en su libro El chiste y su relación con el inconsciente (Editorial Ercilla, Chile, 1936.)
Nosotros nos acercamos más a Freud y atrevidamente vamos más allá, como acabamos de plantear, porque no vemos razones para limitar el concepto de chiste.
Un chiste puede ser, por lo tanto, intencional o no, improvisado o no, pero de cualquier modo y sin importar el medio a través del cual se manifieste, “es algo breve y unitario que nos provoca el placer cómico”.
Es que no sabemos cómo no se puede aceptar como chiste una gracia musical (un sonido extraño colado en una frase melódica, una equivocación en la entrada de un instrumento, etcétera), o una gracia danzaría (un error evidente en un paso coreográfico, un paso de otro baile en medio de una música no apropiada, etcétera), o una gracia audiovisual (un mal encuadre de la cámara adrede, un actor grabado hablando con alguien en vivo, etcétera), o levantar las cejas sin causa aparente, o un rasgo discordante en una escultura, por poner solo algunos ejemplos. ¿Por qué delimitar la forma del chiste a tan poco campo, si cada uno de estos “sucesos” (como vimos que dice la RAE), cumple con el proceso cómico, igual que el chiste oral, escrito o dibujado? ¿Por qué no ampliar ese concepto, logrando una forma que satisfaga la incorporación de ejemplos que cumplen con ser breve, con tener unicidad y con hacer reír, como es la definición convencional de chiste? ¿En qué nos cambia la vida con ello? Si se quiere, usemos apellidos para clasificarlos; es decir, “chiste verbal”, el que se trasmite de forma oral; chiste gráfico, el que aparece dibujado, chiste musical, al que se haga en ese arte, y etcétera, etcétera. Así todos felices, ¿no?
Por supuesto, esta Conjetura es perfectible, incluso por nosotros mismos. Y más aún, cuando año tras año se suman los resultados de nuevas investigaciones y estudios que “descubren” elementos que no se habían tenido en cuenta antes. Y sabemos que esta avalancha de investigaciones no se detiene.
Por lo tanto, no podemos asegurar que lo planteado en nuestra Conjetura es la pura verdad, como tampoco podemos afirmar que las teorías contrarias tampoco sean definitorias y definitivas.
Pero, ¿por qué conjeturar sobre algo que no estamos seguros ni tenemos pruebas científicas que lo avalen? Amigo lector o lectora, porque hemos estudiado, y al especular, ésta Conjetura nos satisface, sobre todo para ordenar el enredo teórico.
Y si esperamos a que lleguen los descubrimientos finales, no estaremos vivos para expresar nuestras reflexiones y análisis, los cuales hasta pueden servir para que alguien demuestre científicamente lo contrario, basándose en lo nuestro, o que la avale aunque sea parcialmente. Por último, nos importa mucho provocar el debate y hacer pensar.