Como hicimos en la Primera Parte, abordaremos punto a punto el cómo y el dónde aplicar la Pedagogía del humor.
Por ejemplo, comencemos por algo muy importante en la docencia y con mayor razón en la Pedagogía del humor: las emociones. Así que veamos ahora lo que debe suceder en su interior como profesor(a). Primero conózcase mejor. Mírese y compruebe si asimiló lo ya señalado en los artículos de esta página, en cuanto a tener el ánimo positivo; es decir, si está siempre de buen humor. Y si no lo ha logrado, siga haciendo los ejercicios sugeridos y lleve a cabo las recomendaciones para lograr estar habitualmente de buen humor.
Las emociones son contagiosas. Al mirar su cara sonriente, su expresión de alegría o percibir su “aureola” de “buena onda”, los alumnos se contagiarán y sentirán un estado parecido al suyo, lo que provocará que abran más sus mentes.
Expresar mejor las emociones, como sonreír más y reír sonoramente más a menudo. Atender bien a los alumnos cuando hablan; emitir un sonido de placer cuando vea que entendieron o preguntaron algo interesante; soltar un especial y cómico gruñido cuando vea que se le perdió algo; demostrar un supuesto enojo, algo exagerado (casi histérico), cuando alguien hizo algo levemente incorrecto, etcétera.
Atraer siempre la atención de los alumnos. Es importante el poder de improvisación. Si no domina eso, sugiero este ejercicio: consiga una amistad o un familiar que “esté en frecuencia” con usted y párese frente a ella. Ahora dígale algo. Cualquier cosa como: “¿va a llover?”, o “me pica el pelo”, o “ayer estabas más fea(o)”. La persona le responderá cualquier cosa y hay que continuar la conversación sin pausas, siempre diciendo lo que le venga en ese momento a la mente. No se ponga a pensar y decir cosas buscando originalidad, comicidad o algo así. Sólo reaccionar ante lo que escucha. Ejemplo concreto: “¿qué hora es?”, usted pregunta. “La 1 p. m.”, le responden. “Se me hizo tarde”, comenta usted. “¿Tenías que ir a recoger a tus hijos?”, quieren saber. “No, se me hizo tarde para tener hijos”… Con el tiempo de práctica, ya irá inclinándose a responder cosas más ingeniosas, más elaboradas, más cómicas, más inteligentes, más originales. Eso se traspasará a su vida normal mecánicamente. Por lo tanto, en un momento, si usted se ejercita lo suficiente, llegará a convertirse en alguien con chispa, con simpatía, y su imagen crecerá ante los demás, sobre todo ante los ojos de sus alumnos.
En la Pedagogía del humor tiene mucho peso el aprendizaje no consciente. La forma de impartir la clase es tan importante como el contenido de la misma. Su tono de voz, postura, contenido emocional. Todo ello les llega a sus alumnos mientras da la clase. Pues analice su forma y cámbiela si es necesario para transmitir, “buena onda”, alegría, satisfacción, comodidad; en fin, un estado de ánimo de buenísimo humor.
Cuando se decida a aplicar la Pedagogía del humor y comience a proponer ideas graciosas, decir chistes o comentarios ingeniosos, a crear y hacer bromas y disparates, etcétera, le debo advertir que puede fracasar. Muchas veces no funciona el humor como uno quiere. Hasta los humoristas profesionales han vivido esos angustiantes momentos. Pero no se preocupe, en la Pedagogía del humor eso está presupuestado.
¿Cuál es la solución? Para su interior, convencerse de que fracasar en algo no es el fin del mundo. La mayoría de los científicos tienen muchos fracasos antes de hacer un descubrimiento. Para el exterior, de nuevo la palabra mágica: “preparación”. Tanto los humoristas profesionales, como los líderes que tiene que usar la oratoria a cada rato, preparan sus “gracias” antifracaso y las hacen públicas en esos fatídicos momentos. “Las improvisaciones hay que prepararlas con tiempo”, es una frase que dice un personaje que interpreto en teatro.
Usted, debe imitar a los profesionales. Si se equivoca puede decir: “hice como el lanzador de arco y flecha en la olimpiada, que al ver que a su lado lanzan una moneda al aire antes de su disparo, pidió el arco sur”. O “no sé qué sucedió, les juro que le conté ese chiste a mi espejo y éste se mató de la risa”. O “era para ver si estaban atendiendo, ahora les voy a contar un chiste de verdad”.
Al reírse de su fracaso, ganan todos. Usted se sentirá más seguro de sí mismo; les evita a ellos sentir vergüenza ajena; les enseña que ellos también pueden fracasar ante usted y salir airosos. Incluso, ese pequeño desastre que usted vivió y supo resolver, puede aumentar la cercanía, la confianza, la seguridad y admiración en sus alumnos.
Un aviso para usted: cuando un niño hace un chiste y nadie se ríe, ríase usted, aunque no le de gracia. Y a continuación debe aplicar siempre lo del estado positivista que debe imperar en usted ante cualquier asunto, entonces debe decir, por ejemplo: “ese chiste era más inteligente que gracioso”.
Una sugerencia para usted: si un niño habla alto mientras usted imparte su clase, quizás sea efectivo que lo mire, que mantenga la mirada con expresión neutra (eso provocará risas, pero usted inmutable), al final haga un gesto extraño, indescifrable con su rostro y siga su clase.
Otra sugerencia para una variante de lo anterior: vaya hasta donde está el niño hablando y escuche con mucha atención y seriedad, hasta que él haga conciencia de la situación. Seguro que se calla de inmediato. Haga el gesto extraño y siga la clase.
Otra sugerencia: si los niños producen bulla, actúe como si continuara dando la clase, pero hablando sin emitir sonido (solo moviendo la boca) y realizando los gestos y movimientos que acompañarían esas supuestas palabras que dice, y así hasta que se callen.
Para todos los casos, es bueno al final de todo, explicar y hasta “llamar al orden”, pero en “buena”. Por favor, no se olvide que son niños, que está aplicando la Pedagogía del humor y no puede tenerlos como estatuas, porque si usted hace humor con sus frases, sus recursos nemotécnicos, y demás elementos que han leído aquí, no espere que su sala de clase sea una biblioteca, o un museo, una iglesia, o un cementerio.
Cuando yo me enfrento a niños en mis talleres o en mis visitas a centros educacionales, me da resultado llegar a un acuerdo con ellos. Les explico que es lógico y normal que hablen entre sí y que rían, mientras yo hablo o narro un cuento, leo o hago chistes. Pero el problema es que cuando todos hablan o ríen al mismo tiempo, se arma mucha bulla y yo no puedo gritar para hacerme escuchar. Si hago eso me quedaría ronco o “se me irían los gallos” como Shakira cantando (y la imito). Por tanto, les propongo que cuando me calle, levante y agite las dos manos, o cuando actúo como si me asfixiara, o lo que invente, ellos deben callarse y atenderme para así proseguir. Les pregunto si están dispuestos a cerrar el trato. Siempre me han dicho que sí. Y me funciona, repito. Pero si no lo hacen, tengo preparado hacerme el enojado y cortar el humor y la buena onda. Estoy seguro que enseguida se retractarán.
Y existen otros recursos. Recuerdo a Chaflán, un humorista cubano, ya fallecido, que cuando hablaba en broma o contaba chistes, tenía un sombrerito puesto. Pero cuando se dirigía al público en serio, se descubría la cabeza. Así que usted puede usar algunas zonas de la sala de clase, para que se identifiquen con la comunicación “seria” y con la humorística. O use inflexiones de voz para diferenciar cada momento, o practique cierta postura que al verla se sepa que está en el momento humorístico.
Veamos ahora los miedos de algunos docentes. Uno que se repite es el pánico a perder las riendas, a perder el control de la disciplina y el respeto del grupo, pensando que aplicar la Pedagogía del humor puede ser sinónimo de demasiada relajación, de libertinaje, etcétera. Y en muchos casos tienen razón, porque si no se controla bien el asunto, muchos niños se van a aprovechar y se irán al otro extremo. Entonces, ¿qué hacer?
Viene al caso ahora la siguiente anécdota: en unos de los talleres que impartimos mi colega Aramís Quintero y yo, para mejorar la calidad de vida a través del humor en profesores, organizado hace unos años por El Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile, nos encontramos a una docente de una escuela, que nos contó que ella era “muy estricta, seria y profesional”, en su trabajo y le daba miedo aplicar la Pedagogía del humor en su caso, porque debía velar por la disciplina en su calidad de Inspectora. Pero que a pesar de eso, se veía obligada a hacer algo, porque sufrió mucho en la fiesta de fin de curso, cuando mencionaban el nombre de cada colega para entregarles un ramo de flores y a ella fue la única que abuchearon los estudiantes. Se lo sintió en el alma, nos dijo. Entonces, le propusimos que confeccionara una pauta con las iniciativas que se le ocurrieran, para aplicar lo que aprendió en nuestro taller y nos la mostrara. No quisimos hacérselo, porque eso siempre depende de hasta dónde uno está dispuesto a llegar, conociendo su carácter, su personalidad. El asunto es que lo hizo, se lo enriquecimos y lo puso en práctica terminando el taller. Recuerdo que meses después nos llamó para agradecernos y contarnos que fue un éxito su cambio y que en el acto de fin de curso, todos la aplaudieron y lloró también, pero ahora de felicidad. ¿Qué hizo? Por ejemplo, en la fila para entrar al comedor se aparecía con una peluca extraña y con seriedad daba las instrucciones. O les ordenaba a los alumnos que para almorzar ese día tenían que ponerse la corbata en la frente. En los recreos se ponía jugar y reír con los alumnos. Se aprendió muchos chistes y se los contaba en horarios sin clases. Y por otro lado se mantuvo siendo intransigente con la disciplina y lo mal hecho. Pero fue testigo que los mismos estudiantes regañaban a los que se portaban mal, para que ella no se sintiera mal. En fin, no hay que tener miedo de aplicar la Pedagogía del humor.
Curiosidad: a ella le hicieron un reportaje en la televisión para mostrar el cambio producido. Y lo compararon con imágenes antiguas de cuando a ella la abucheaban en similar acto. Ahí nuestra inspectora confesó todo al detalle. (Yo tengo una copia de ese programa por si le interesa alguien).
Pasemos ahora al ambiente físico. Cumpla con las fiestas y celebraciones “oficiales”, pero también programe buenas actividades inventadas: como el Día del Chiste de Animales, el Día de las Cinco Risas y a cada hora en punto exacta hay que soltar cinco “Ja”, la Semana de la Risita Feliz, el Día de la Risa del Conejo y lo que se les ocurra.
Para celebrar lo anterior debe adornar la sala de clases ad hoc y tratar así de ir cambiando cada cierto tiempo y lograr un espacio alegre y colorido todo el año escolar.
Monte un típico mural donde coloquen en él el chiste del día, o el chisme de la semana, o trabajos simpáticos de los alumnos, o parte de su colección de humor gráfico, entre mil cosas que se pueden exhibir ahí.
Puede crear rincones temáticos, construir algo gracioso para colgar los abrigos y mochilas, pintar cómicamente los casilleros de los niños, entre otras iniciativas.
Para las horas sin clases, de receso y para cualquier tiempo extra, tenga preparado lecturas de libros humorísticos; libretos escritos entre todos con temáticas propuestas por los mismos estudiantes y montaje teatral de ellas; hacer “travesuras” montadas y ensayadas, para en el recreo de todos los viernes, por ejemplo, salir de la sala de clase en fila india o como se invente en cada ocasión, y caminar extrañamente, dar una vuelta así en el patio y en fila, gritar algo gracioso e integrarse al recreo con los demás, sin darle importancia al asunto. Llegará el momento en que todo el universo escolar esperará con ansias esa “travesura” para reír sanamente. La imagen de sus alumnos crecerá a los ojos de los demás. Por último, también sugiero que tenga preparado una lista de juegos relacionados con el humor. (Ver artículo sobre juegos en esta misma página).
Si al realizar un descanso divertido, o si hace un juego, una actividad humorística y un alumno no desea participar, es mejor actuar de la siguiente forma: si es alguien introvertido, uno no debe ponerlo en el centro de atención, por lo tanto, le dice que no hay problemas y sigue con la actividad, que ya él, cuando quiera se incorporará y usted lo recibirá como si no hubiera pasado nada. Incluso debe estar al tanto para desviar la atención si un compañerito le dice algo más. Pero si es alguien extrovertido, puede resultar que cuando le exprese que no desea participar, usted le diga “perfecto” y aguante un supuesto puchero, saque un pañuelo y vírese secándose una supuesta lágrima. Eso provocará risas. Pero de todas formas aconsejo volverse rápido y decirle “es una broma, participa cuando quieras”. Y cuando se quiera incorporar, póngase a brincar y gritar eufórico, junto al resto del grupo, celebrándolo exageradamente.
¡Ojo! El juego competitivo produce un estrés positivo. Pero hay que tener cuidado con la competitividad, el exitismo y el daño que puede provocar un fracaso, una frustración. Yo sugiero que las “penitencias o castigos” sean casi siempre falsas amenazas, para sólo disfrutar del juego en sí y no jugar para ganar o perder. Pero si hay que poner una penitencia, también para jugar, entonces que sea de humor blanco, lejos de la burla en cualquier sentido, y otra variante es darles premios a todos por diferentes categorías, pero ninguno más importante que otro. Y por supuesto, después de la entrega de premios a celebrar con todos y entre todos.
Por último, una reflexión: si se decide aplicar la Pedagogía del humor en su labor diaria, piense que quizás usted será más objeto de crecimiento que ellos, porque es posible que sus alumnos sepan más de esta materia que todos nosotros juntos. Ábrase siempre a aprender enseñando.