Entrevista a Francisco Hinojosa

Ricardo Guzmán Wolffer
Creador y estudioso de la teoría y la aplicación del humor.
Francisco Hinojosa

 

Los niños

Pocos escritores lo logran: crear mundos realmente habitados. Así sucede con Francisco Hinojosa. Los niños viven rodeados de los personajes por él escritos. Y se han de juntar con los de Cri-crí y hasta con los de Posadas y Méndez. Ni siquiera los mejores escritores de ciencia ficción o de fantasía pueden conseguir que su invención cobre vida en la mente de los lectores, con la misma fuerza que sucede en la percepción infantil. 

Por eso no me pareció nada extraño que en la casa de Pancho Hinojosa, además de las tres hermosas mujeres con las que vive, los personajes de sus cuentos deambularan, brincaran y se regodearan en molestarme. La más jija del máis era La peor señora del mundo. Entre que El Fisgón la dibujó con cara de líder magisterial prófuga de su partido, y que Hinojosa la dotó de cualidades sádicas, no me dejó en paz.

Retirado de la ciudad, Hinojosa vive encerrado entre árboles paradisiacos, en una especie de refugio canino de labor social (hay gente que recorre el estado de Morelos para dejar perros huérfanos en la puerta de su casa; ni se diga cuando los cachorros son fruto del pecado de su perra madre). Ni siquiera necesitan salir a comprar víveres: él y su familia (y los perros, es verdad) se alimentan del niño de Amadís de anís, Amadís de codorniz. Y convidan a los visitantes, de muy buena gana, que al fin que el niño se regenera cual presupuesto federal, a fuerza de comer con furia compulsiva. No sé si serán mis traumas infantiles, pero ver cómo los infantes se divierten con la posibilidad de que un niño pueda ser mordido, masticado y prácticamente atacado cual beca literaria por escribanos famélicos, termina por ponerme nervioso.

Entre dubitaciones y un poco de temor al niño pegalón de Aníbal y Melquíades, que igual me tacleaba para darme de coscorrones bárbaros, le hice el primer cuestionamiento al tal literato: 

¿De dónde tanta risa infantil?

–La risa y el juego están siempre unidos a la infancia. Las rimas, los juegos de palabras, el absurdo, la exageración, lo irreverente, la trasgresión son fuentes de risa y de juego. Son también la materia prima de la que puede echar mano un escritor de literatura para niños. El absurdo, en especial, no pierde su atracción en etapas posteriores.

Como viles diputados, le iba a decir. Pero las niñas de Mi hermana quiere ser una sirena me hicieron ver que nuestros legisladores son serios, chambeadores y absolutamente ubicados en la realidad nacional. Pero como la mujer más terrible seguía de latosa, me limité a señalarla.

–Como en La peor señora del mundo, ya traducido.

–Exacto, el aparente terror de su maldad se convierte muy pronto en risa. Los niños se ríen de ella, que no sólo es muy mala, sino que les da de comer comida de perro a sus hijos, que los castiga aunque se porten bien. En ese absurdo aparece una primera risa nerviosa, que no es propiamente de desahogo. A veces el único reducto para deshacerse de la violencia cotidiana, quien vive en ella, tiene que ver con esos cuentos en los que hay una dosis de humor. Los cuentos pueden servir para exorcizar la realidad del mundo, para experimentar una catarsis.

Recordando cómo me brinca mi hijo desde la punta del librero, emulando a esos luchadores ya fallecidos (quiero evitar pensar que de un mal golpe), apenas pude decir, haciendo cara de inocente y con tono de sorna: 

–¿Pero tú crees que los niños son crueles?

Todos los personajes caricaturescos me miraron apenas para avisarme que antes de que saliera de esa casa iba a pagar mi osadía por andar de chistoso. Y me arrugué un poco, para qué negarlo.

–Como dice Freud, los niños son perversos polimorfos. La perversión está ahí, y como son lectores exigentes y sólo buscan lo que les gusta, terminan por exigir textos lúdicos en los que el humor está presente. Al inicio hay una sonrisa, luego viene la risa de desahogo y finalmente la risa cómplice.

Sólo con ver los dibujos, creados por el maestro Fisgón, entendí a qué se refería el escribano.

–¿Te preocupa excederte en la negrura del humor?

Hasta entonces comencé a darme cuenta que el tal Hinojosa cada tanto hace gestos que podrían haber cambiado las teorías de Lombroso, para crear un nuevo tipo de delincuencia latente.

–Cuando es para niños me cuido mucho en administrar esa crueldad en los personajes del texto, lo hago por intuición. Lo más violento se transforma en exageración: la flaca más flaca, el gordo más gordo. Incluso algunos golpes, pero sólo hasta donde la imagen literaria no dañe al lector infantil. Como en Amadís de codorniz, donde al personaje se lo comen los otros niños; al niño no le duele que le muerdan y le arranquen el dedo, pues enseguida le vuelve a crecer. Por eso al niño no le afecta esa imagen, porque todo lo transforman en imagen; más si el libro es leído por una persona de modo que les permita imaginar a los niños.

 

Ya decía yo, me dije en silencio, mientras le arrancaba los cachetes con plena superioridad corporal al personaje en mención; que por cierto sabía como a ensalada brasileña. No sé qué relación mental entre las féminas de aquellos lares y la col que degustaba, me hizo preguntar:

–¿Y en el tema del sexo, de qué se ríen?

–Como tal, creo que el tema del sexo es más frecuente en la literatura para jóvenes y adolescentes, aunque no estoy tan seguro de que su tratamiento provoque en el lector un mismo tipo de risa.

–Entonces el absurdo tiene que ser el punto central de la risa infantil.

–Es un disparador de la risa bastante eficaz, pero no el único ni el principal. El gusto por el lenguaje –de ahí las rimas o los juegos de palabras o las jitanjáforas–, la sorpresa, el ingenio, la venganza, el ridículo, e incluso el pastelazo. Por ejemplo, en cuanto al uso de la lengua, la saga de Manolito Gafotas es muy popular en España, es un bestseller infantil que en México no ha vendido más que unos cuantos ejemplares. El protagonista es un niño cuyo principal atractivo tiene que ver en su manera de expresarse, en una jerga muy particular. Cuando dos o tres palabras o expresiones, que a un niño español le arrancan la risa, no le dicen nada a un mexicano o un argentino, el libro pierde su encanto.

Si yo me pusiera a decir de la ascendencia ibérica de varios políticos, ya se vería que esa cuestión no es sólo en la literatura infantil.

–¿Qué se te ocurre como característico en nuestro país?

–Pensaría, otra vez, en la escatología o en la desgracia ajena como fuentes de risa, pero no creo que sean exclusivas del mexicano. En realidad, si hablamos de literatura, creo que el germen de la risa en los niños es igual para todos. Claro, siempre adaptado a las circunstancias locales. Y como locales me refiero no sólo a países, sino a regiones, estados, comunidades pequeñas, entornos familiares. Las fuentes son únicas y los tratamientos las multiplican.

Y con los entrevistadores altamente chipocles como su servilleta, pensé mientras me quitaba de encima al infante de Repugnante pajarraco.

–Alguna secuela tendrá la mexicana predilección por los muertos, con sus calaveras de azúcar.

–Hoy las calaveritas de azúcar son una especie de souvenirs que consumimos como lugareños, y el humor que los otros ven en ellas es sólo un humor que exportamos para luego volverlo a importar cargado de significados ajenos. Las calaveritas son "surrealistas", diría Breton, y nosotros las aceptamos como tales.

Estaba a punto de soltar mi personal calvario con el tema de los editores que no publican o distribuyen por motivos verdaderamente surrealistas, pero supuse que no era el momento adecuado.

–Los editores infantiles son muy escrupulosos. Hay temas que no les gustan y basta su mención para hacer impublicable el texto.

–Alguna vez me invitaron de una editorial norteamericana para hacer libros infantiles. Resultó que tenían un catálogo de temas prohibidos: la muerte, la guerra, la violencia, y entre la lista de treinta y cuatro temas, estaban el rock, los dinosaurios, el día de muerte y ya al final, no me preguntes por qué, las casas con alberca. A esta editorial no le gustaban esos temas. Les preocupaba mucho ser políticamente correctos. Pero ahora se ha visto que algunos libros así han funcionando, de modo que se puede decir que hay una apertura pero es porque los consumidores aceptan estos nuevos libros con temas que sin duda eran antes inconcebibles como materia literaria. Hay un libro sobre un pedo, visto desde el propio pedo, no de quien se lo echó. Se llama Yo no fui y es de Vivian Mansour. 

Al sentir los cachiporrazos del Doctor Funes, acoté:

–¿Los niños entenderán el concepto de que en la cabeza de sus parientes hay una calavera?

–Supongo que sí, pero prefieren no estarse acordando de este tipo de cosas.

–Con la invasión de productos extranjeros (¿dónde estás, San Lázaro nacionalista, dónde?), ¿esos temas cómo cambiarán?

–Claro, antes la escatología privaba. Ahora hay cosas de un humor negro terrible. Imagínate una historia sobre un niño, que sólo es un torso, que trabaja en el circo porque tiene buena voz y que se casa con la contorsionista, que es una diva. Bueno, pues ese libro existe: se llama Jesús Betz, escrito por un francés. Es una historia terrible que no estoy muy seguro de que le guste a los niños, a pesar de que el humor negro tiene sus imanes.

–Eso tendrá que ver con el niño que todos llevamos dentro que siempre quiere salirse a reír. El adulto que se ríe de lo escatológico, de la desgracia.

–Hay una tendencia hacia lo cruel, aunque los niños se pongan del lado de la víctima y del lado del bien; les gusta que exista un pleito entre el bien y el mal, más si se pueden identificar con el bueno del cuento. El lector enfrenta la contienda de la mano del protagonista.

–¿Y del horror, de lo grotesco fantástico?

–Se ha llegado al límite, de los monstruos con muchas cabezas hay una saturación y no hay monstruo que cause risa... ni terror. Cuando voy a las escuelas los niños me piden siempre cadáveres, manos ensangrentadas, historias con cementerios de fondo, etcétera. Les digo que no se me ocurren esos temas porque siempre me gana la risa. Hoy es mejor sugerir que presentar, dar algunos datos acerca de lo grotesco de un personaje o una situación que dibujarlos con palabras. Es mejor, también, hacer partícipe de la creación al lector, involucrarlo en la confección tanto de la risa como del miedo. O sea: hay que jugar.

Eso quisiera yo, iba a decir, pero los pingüinos de Yanka, yanka me tomaron de los pies para echarme a la alberca, y hacerme pasto de los seres que brotan de la deliciosa imaginación del maese. Yo sé, como decía Hinojosa, que hay una tendencia a proteger a los niños, aislarlos de la realidad; pero a los adultos, ¿quién nos protege de los niños? Y peor aún, ¿quién nos protege de los escritores infantiles que pueden cambiar la perspectiva infantil del mundo?