Vos te reís pero es triste (sobre los posibles límites del humor)

Iván Lomsacov
Comunicador social, docente universitario y estudioso del humor.
Límites del humor

El fuerte rechazo que una tira de humor gráfico de Gustavo Sala generó en un sector de la sociedad invita, una vez más, a pensar sobre los posibles límites del humor. La historieta cuestionada, publicada en Página/12, aludía a los campos de concentración donde el nazismo sistematizó el exterminio del pueblo judío, uno de los mayores genocidios de la historia. Y aludía también a un famoso DJ francés que siguió girando sus bandejas en Mar del Plata sin darse por enterado de que una tarima se había desmoronado en pleno show causando varios heridos entre el público.

Entre las opiniones indignadas preponderó la idea de que sobre el Holocausto no se puede hacer humor, que tratar ese tema en una creación humorística es banalizarlo y constituye una ofensa a la memoria de las víctimas y a la sensibilidad de los sobrevivientes y sus descendientes. En segundo lugar aparecieron los señalamientos a detalles, dibujos y expresiones verbales que identificarían sin lugar a equívocos el carácter supuestamente antisemita de la tira de Sala.

Comprendiendo y respetando, ante todo, el dolor de quienes se hayan sentido vulnerados por aquellas viñetas que finalmente se levantaron de la versión digital del diario y el derecho que todos tenemos a manifestarnos en contra de expresiones que consideramos perniciosas, me voy a permitir compartir algunas reflexiones –ninguna afirmación absoluta–, en torno a las funciones y las condiciones del humor.

Asuntos intocables

Ante todo, es necesario recordar que el humor no necesariamente es festivo. Que el humor entendido como mecanismo intelectual, retórico, para abordar y comunicar ciertos hechos, ideas y sentimientos, puede llegar a movilizar la risa, pero no tiene la obligación de hacerlo. Que también puede limitarse a provocar una leve sonrisa, o incluso apenas una cosquilla interior, que no necesariamente expresan alegría o satisfacción ante los sentidos compartidos mediante tal mecanismo. “El secreto del humor –en palabras de Mark Twain– no es la alegría, sino la tristeza”.

En numerosas ocasiones, a lo largo de varios años, en entrevistas a humoristas gráficos escuché y leí respuestas a una pregunta reiterada: ¿Con qué tema no harían humor? Las contestaciones, con ligeras variantes, siempre dijeron que no harían chistes sobre grandes tragedias –atentados, desastres naturales, matanzas–, sobre algo que constituyera un gran sufrimiento para otros.

“No haría chistes con los desaparecidos”, por ejemplo, estuvo entre las contestaciones más pronunciadas durante los años 80 y 90. Y es entendible y respetable. Incluso, para muchos, es deseable. Sin embargo ahí está la revista Barcelona con sus portadas y latiguillos sobre la búsqueda de Julio López: humor sobre un desaparecido en democracia, pero humor que no se está burlando de esa condición ni del dolor de quienes lo echan en falta, sino que está satirizandoirónicamente– la ineficacia de las pesquisas que dicen buscarlo, y está señalando –agriamente– el poder y la impunidad de quienes, aún hoy, pueden hacer desaparecer personas como amenazante “vacuna” contra las ganas de hacer justicia. Mientras el tema López persiste en esas portadas, aunque sea bajo la incomodante vestimenta del humor, en otros medios y discursos desapareció.

Algo muy similar pasó con el emblemático “No se olviden de Cabezas” de los años 90, tan esgrimido por el discurso mediático. Cuando tal consigna comprometida dejó de contar con el compromiso de los comunicadores, desgastado por el frote de la costumbre, sobrevivió en usos humorísticos de circulación espontánea, que tal vez banalizan hasta cierto punto el tema pero mantienen activo un link con esa historia, una puerta abierta al interés de quien esté listo para superar esa banalización y adentrarse en la búsqueda de la verdad. Muchas veces el humor es una alerta, un faro encendido donde otras luces se apagan.

Hay momentos

“En nuestro mundo tenso hasta el punto de romperse, no hay nada que pueda sobrevivir a una excesiva seriedad –dice el especialista francés Robert Scarpit en su señero libro El Humor, de 1960– El humor es el único remedio que distiende los nervios del mundo sin adormecerlo, le da su libertad de espíritu sin volverlo loco”.

Sigo creyendo que es bueno –sanito y sanador– que, a veces podamos faltarle el respeto al drama para que no crezca más de lo que ya creció, para que no petrifique hasta volverse tabú. Y las intenciones de exorcizar los males a través del humor no implican negación ni ninguneo. Por el contrario, la humorística suele ser la forma viable, en algunas condiciones de producción, de evitar la invisiblización de un tema o un hecho, de hacerlo presente. Ante eso, me parece, lo que puede resultar perjudicial, insano, es la solemnidad, esa dura estructura que suele clausurar sentidos imponiendo el silencio.

Concédame el lector, al menos provisoriamente, que para el humor no debería haber temas intocables, sacralizados, como no debería haberlos para el periodismo ni para ninguna otra forma de elaboración del pensamiento.

Concederé entonces que tal vez esa licencia de humor para todo uso debe regularse con la recomendación subrayada de aplicar el sentido de oportunidad, el kayros, tan caro a la retórica. Hay un tiempo adecuado, para hacer humor sobre ciertos asuntos. Woody Allen definió en alguna ocasión que "El humor es tragedia más tiempo". Dicho torpemente: no parece pertinente decir chistes sobre el muerto mientras aún permanece tibio. Aunque claro, nos resuenan las chanzas compartidas en velorios; y muchos podremos recordar cuánto suelen ayudarnos a descontracturar esos momentos de estupefacción ante la irreversibilidad de la muerte. Pero seguramente ensayar jocosidades sobre los motivos que apuraron el fin del finado será más apropiado para eventos posteriores que para su “despedida de vivo”.

Voces autorizadas

En segundo lugar, parece necesario que para que el creador que pretenda meterse humorísticamente con asuntos delicados no reciba una contundente sanción social, debe tener un tipo de autoridad moral que le otorga estar directa o cercanamente perjudicado por tales asuntos, haberlos vivido/sufrido de alguna manera en carne propia. Volviendo al ejemplo –solo un ejemplo, no parangonable a sucesos sociales de mayor implicancia– del velorio, probablemente los chascarrillos sobre las razones que empujaron al despedido hacia ese monoambiente de madera lustrosa queden bien únicamente en boca de ese gran amigo que también está afectado por aquellas razones; y no en boca de ese concuñado prolijito, favorito de su suegra, que poco sabe del tema. Quizás el gran amigo, como humorista circunstancial, esté elaborando la preocupación sobre su propio deterioro o el de otros amigos; y prefiera compartirla en el empático envase de un chiste que bajo la severa forma de una perorata o un sermón.

Antes de continuar subrayemos, por supuesto, que entre el humor manejado en el ámbito de lo privado o el compartido en situaciones semi-públicas y el humor sobre asuntos públicos y que se ofrece a la circulación masiva hay, debería haber, un mar de responsabilidad social. Y hecha tal aclaración, vuelvo a pensar que el humor, al menos en las manos y en la dirección adecuada, puede ser una estrategia discursiva poderosamente redentora y concientizadora, cualquiera sea el tema o el hecho que aborde.

Pienso, particularmente en estos días de abril, en nuestro José “Pepe” Angonoa, humorista gráfico cordobés, ex colimba destacado en Malvinas en 1982, dibujando –años después– chistes sobre soldados, sobre la guerra, sobre el hambre en el ejército; chistes mudos de primera apariencia inocente, chistes con la gracia agria del clown.

Antena atenta

Sin duda, nuestra fe en el potencial crítico del humor no debe empujarnos a la ingenuidad de sostener que todo humor es liberador, que detrás de los ejercicios de ingenio siempre hay pureza, espontaneidad, buenas intenciones y efectos positivos.

No podemos dejar de ver que existe mucho humor que construye y reafirma la condición de debilidad de algunos grupos humanos, fortaleciendo prejuicios y estereotipos hasta encallecerlos, apuntalando situaciones de dominio y descalificación a las que tal debilidad construida les resulta funcional. Ese tipo de humor, que corroe las chances de un verdadero progreso humano, circula permanentemente entre nosotros, cotidianamente naturalizado y poco cuestionado, tanto a escala de los intercambios personales, como en los discursos mediáticos, con especial presencia en el discurso publicitario.

Frente a eso, es sano –tan sano como el buen humor– mantener despierta una mirada crítica. Pero una mirada crítica exenta de solemnidad y atenta a la tolerancia. Consciente de que las estrategias retóricas humorísticas apelan con gran frecuencia a la inversión de sentidos, a disfrazar más de lo que evidencian, esa mirada debería procurar las herramientas y disponer el tiempo y la serenidad necesarios para analizar detenidamente de qué manera elabora las situaciones enfocadas el discurso humorístico en cuestión, cómo efectivamente trata a los sujetos y grupos involucrados, qué hay detrás de esa aparente jocosidad que no siempre es burla, quién o qué es el verdadero blanco de los envenenados dardos del humor.

Copyright © Iván Lomsacov. Publicado en Humor Sapiens con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos. (Publicado originalmente en revista Deodoro, Gaceta de Crítica y Cultura Universidad Nacional de Córdoba, Argentina en abril del 2012.