A tal humor, tal honor: Alberto Luberta, humorista audiovisual y literario cubano

Pepe Pelayo
Creador y estudioso de la teoría y la aplicación del humor.
Alberto Luberta

Introducción

Ya publicamos en este sitio el homenaje a Idalberto Delgado, René de la Nuez, Enrique Arredondo, Juan Padrón y Chaflán, esos grandes del humor cubano. Esta vez le toca el turno a otra estrella: Alberto Luberta Noy (1931—2017).

Como siempre aclaro, además de publicarlos en humorsapiens.com saldrán reunidos en un libro próximamente.

Para realizar estos modestos homenajes entrevisto a familiares muy cercanos a dichas figuras, para complementar la parte humana con el análisis humorístico de su obra.

En este caso mantuve un largo intercambio con el hijo de Luberta, el amigo Aldo Luberta Martínez (1969), periodista, comunicador audiovisual y escritor, residente en Asunción, Paraguay. Yo añado: buen conversador, bromista, amable, con un sentido del humor desarrollado (herencia, sin dudas) y por si fuera poco, admirador de mi grupo La Seña del Humor en Cuba.

¿Qué me motiva hacerle este modesto homenaje a Luberta?

Porque como radioescucha tengo que agradecerle infinitamente esa enorme cantidad de horas que disfruté con su programa radial y como humorista la admiración que me provoca un colega con ese talento para escribir un libreto humorístico diario por tantos años. Una hazaña, para mí.

Y por último, porque uno de los integrantes de mi grupo La Seña del Humor, uno de los fundadores más encima, Moisés Rodríguez, logró trabajar en uno de los últimos equipos de actores de su programa “Alegría de sobremesa” y siempre me ha hablaba de él con mucho cariño, respeto y admiración.

 

Alberto Luberta

Moisés Rodríguez (el segundo de izquierda a derecha),en una grabación del programa

 

Origen y personalidad

Alberto Damián Luberta Noy, nace el 27 de septiembre de 1931 en el barrio Pogolotti, ubicado en el Municipio de Mariano, La Habana.

Pogolotti, llamado el primer barrio obrero de Cuba, está integrado por gente muy humilde, pero con hábitos muy arraigados de trabajo y gran sentido de pertenencia.

Luberta no era una excepción. Siempre —antes y después de su éxito profesional—, iba, se paseaba por sus calles, visitaba a sus viejos amigos, jugaba dominó y saludaba a todo el mundo.

Amaba sus raíces. Tal es así, que públicamente le dedicó toda su obra a su querido Pogolotti.

Como el barrio, su familia era muy humilde. Armando Luberta, su padre, era sustituto en el tranvía; es decir, a veces no tenía asegurado el sueldo. Con el paso de los años trabajó en labores de mantenimiento como carpintero, pintor, incluso en el diario Granma. Su esposa, Celia Noy, era ama de casa. Armando y Celia tuvieron ocho hijos. Alberto era el tercero.

 

Aldo Luberta

Aldo Luberta

 

Una anécdota que me cuenta Aldo refleja muy bien el nivel de pobreza de la familia:

ALDO: Se sabe que en Cuba nunca hay frío, pero en diciembre y enero a veces baja la temperatura y la gente siente frío, más por la humedad. Entonces, cuando mi padre tenía 8 o 9 años lo sentía y le dijo a mi abuelo: “Tengo frío, papá”. Y como no había dinero para comprar abrigos, el padre le respondía a su hijo: “¿Cómo frío? ¿Quién ha visto un hombre con frío?”.

PP: Oye, Aldo, por lo que me cuentas, tu padre no traía entonces el arte en el ADN de forma hereditaria, ¿no?

ALDO: No, aunque lo más cercano a eso en la familia es un tío mío (el mayor hermano de mi padre) que era periodista.

PP: ¿Cuándo se casó tu padre?

ALDO: El 21 de septiembre de 1968 se casó con mi madre, Caridad Martínez González y se fueron a vivir a Santa Felicia en Mariano, cerca de donde nació.

PP: ¿Cuántos hermanos tienes?

ALDO: Somos seis hermanos, porque mi padre tuvo un matrimonio anterior. Pero entre nosotros nunca hubo, ni hay, diferencias.

Antes de descubrir su verdadera vocación Alberto Luberta iba por otros caminos. Por ejemplo, estudiaba en un colegio de curas. Terminó el sexto grado y comenzó a estudiar electricidad, a pesar de que le tenía mucho miedo a la corriente (empezaba ya en el humor inconscientemente).

También aprendió a escribir a máquina y eso sí lo fue acercando, por suerte, a lo que se dedicaría de forma definitiva. Con esa nueva habilidad adquirida a las 12 o 13 años, se ganaba 25 centavos a la semana copiando células.

 

Alberto Luberta

Luberta con su esposa Caridad Martínez

 

Pero un día, a los 16 años de edad, dio un salto importante que lo acercó a su destino: lo llevaron a CMQ como copista de libretos. Jamás pensó que en ese medio estaría por 70 años más.

PP: Ya sé que casi nadie hablaría mal de su padre fallecido, pero quiero saberlo de ti, porque confío en tu honestidad y buen criterio, así que te pregunto: ¿consideras que fue buen hijo, buen padre, buen esposo?

ALDO: Te respondo con sinceridad y con seguridad porque fui testigo: para mi padre, mis abuelos eran lo más grande, siempre lo demostraba. Y también te digo que mis abuelos vivían muy orgullosos de él. No sólo lo mostraban en sus rostros cuando se hablaba de mi padre en su presencia, sino que lo decían con sus pechos hinchados.

Como esposo fue ejemplo para nosotros. Tenía mucho apego a su mujer. Siempre estuvo agradecido por tantos años juntos. Cuarenta y ocho exactamente.

Y como padre, fue muy exigente. No era para nada un padre consentidor. Nos exigía buenas notas en los estudios, nos exigía mucha disciplina, nos exigía respeto. Te confieso que yo sacaba buenas calificaciones por él. Recuerdo que me decía: “Si te vas a dedicar a algo, trata de estar entre los cinco mejores del país, si no no lo hagas”.

PP: Y en la vida cotidiana, ¿cómo era él?

ALDO: Le encantaba leer. Se leía dos libros a la vez. Era fanático al béisbol y súperfanático al equipo Industriales. Y una cosa que nadie sabe: le privaba el voleibol. Recuerdo que cuando la época del cambio de regla en ese deporte, se cansó de explicármelo. También disfrutaba mucho las Olimpiadas, los Panamericanos, etc… Le gustaba mucho vestir bien. Usaba muchas guayaberas. Físicamente no me parezco mucho a él, pero hay un punto de coincidencia: el vestir bien. Parece que me formé en ese gusto viéndolo arreglarse para salir.

PP: ¿Qué más?

ALDO: Bueno, era fanático al aguacate, le gustaba mucho el ron, pero solo lo tomaba en casa. Ah y le tenía mucho miedo a los perros. Lo mismo a un Chichuahua que a un Rottweiler. Con decirte que cuando íbamos de visita a una casa, llamaba por teléfono antes para pedir que guardaran el perro.

 

Alberto Luberta

Luberta

 

PP: ¿Crees que fue una buena persona?

ALDO: Sí, Creo que fue una buena persona en todo sentido. Nunca le hizo daño a nadie. Incluso, siendo él de una ideología contraria, en Miami la gente lo lloró cuando falleció.

PP: Sin dudas, en lo político fue muy oficialista, ¿no es cierto?

ALDO: Era revolucionario, claro que sí. Pero era capaz de reconocer que existían problemas. Sin embargo, nadie podía hablarle mal de la revolución delante de él. Cuando yo le discutía sobre el tema, me decía: “¿Tú sabes porque tú hablas así, porque a ti no te ha costado nada vivir?”. Mira, cuando lo del Mariel no estuvo de acuerdo con los actos de repudio y todo lo que se les hacían a los que se iban de país. Claro, tuvo esa experiencia en la familia: dos hermanas mías viven en Estados Unidos, mi otra hermana en Italia y yo en Paraguay. Una vez me contó que días después de yo irme, cumpliendo la ley de pedir la baja en el centro laboral, se encontró con el vicepresidente de la radio (por cierto, ahora está en Miami) y le dijo: “¡¿Cómo se va a ir tu hijo, chico?!”. Y mi padre le respondió: “Porque es joven y tiene que aprovechar las oportunidades, quizás si yo fuera joven haría lo mismo”.

Pero a pesar de esas cosas, era muy oficialista, un revolucionario como él decía.

Alberto Luberta falleció el 23 de enero de 2017. En 2015 le descubrieron cáncer. Murió en el Hospital Fajardo, lúcido hasta el final. Cayó en coma el viernes y el lunes falleció. Esta sepultado en el panteón de la familia Luberta en Habana.

ALDO: El funeral fue como cualquier otro; es decir no tuvo nada relevante, como uno pensaría para una personalidad de la Cultura Nacional como él. Despidió el duelo Mazorra, el que fue director de Radio Progreso. Yo no estaba ahí, no pude viajar, pero mi hermano me contó que la demostración de cariño del pueblo fue extraordinaria. Me dijo que en el funeral entró un chico desconocido y puso una flor encima del ataúd. Mi hermano lo llamó y el muchacho le dijo lo siguiente: “No lo conocí, pero le agradezco a tu padre el almorzar junto a mi abuela escuchando su programa por tantos años…”

Debo señalar que al contarme esta anécdota, a Aldo se le quebró la voz y me pidió disculpas por estar emocionado. Nada que disculpar, amigo mío, porque cualquiera se hubiera sentido así al recordar esa escena.

 

Humor

Como señalé anteriormente, el punto de partida de su larga carrera como creador de humor fue el estar copiando libretos en su máquina de escribir trabajando en CMQ.

 

Luberta al centro

 

Pues es lógico que leyendo y copiando tantos libretos aprendió a crearlos e incluso que haya ido formándose su estilo de escribir.

Otro punto importantísimo: se hizo amigo del gran libretista Casto Vispo, el mismo que escribía “La Tremenda Corte”, como todos sabemos.

Decía con orgullo que había copiado íntegramente los libretos de la extensa novela “El derecho de nacer”.

Y también le tocó copiar los libretos de “El alma de las cosas” que escribía Juan Herbello. Luberta guardaba con cariño el recuerdo siguiente: Un día se atrevió y creó un guion para ese programa. Cabe decir que no sólo lo rechazaron, sino que se lo hicieron trizas. Sin embargo, el mismo Herbello lo instó a que siguiera, y lo ayudó, lo aconsejó, por lo que siempre Luberta estuvo agradecido de él.

ALDO: Sentía mucho respeto por los grandes humoristas. En especial sentía agradecimiento y admiración por Castor Vispo. Era su ídolo. Incluso lo dejó escribir algún que otro libreto para “La Tremenda Corte”. Vispo le enseñó también a estar en contra del uso del humor vulgar, chabacano.

Perdón por interrumpir a Aldo, pero veo que aparece de nuevo la constante “ley no escrita”, común a todos los extraordinarios humoristas a los que he homenajeado en este proyecto, donde coinciden en rechazar la utilización del humor vulgar, las groserías, las obscenidades. Por ello no entiendo la insistencia de muchísimos colegas en el uso y abuso de ese recurso que logra la risa fácil.

Pero sigamos.

ALDO: Recuerdo que en el año 2016 me contó esta historia: me dijo que fue a ver a un reconocido humorista cubano (no te diré el nombre por razones obvias). Se sorprendió de las cualidades del humorista, porque nunca lo había visto actuar. Dice que disfrutó, que hacía un humor fino, respetuoso, que además el colega cantó, tocó piano. Todo transcurría de forma excelente. Pero al finalizar la función, el humorista dijo una fuerte mala palabra (el término vulgar de pene), sin justificación y aquello “le desinflo el globo”, me contó. Entonces fue al camerino, y le dijo al cómico la verdad sobre lo que sintió al escuchar esa obscenidad. “Por eso tengo que confesar que no me gustó el espectáculo”, le dijo. Mi padre valoraba mucho el lenguaje.

Por ejemplo, admiraba a Chaflán, que sin decir una mala palabra usaba el doble sentido. Mi abuela por parte de madre le dijo en una ocasión a Chaflán, el cual nos visitaba a cada rato: “Usted es el rey del doble sentido”, y Chaflán le respondió: “No, Esperanza, yo digo algo y el doble sentido lo pone el público”. Y esa respuesta le encantó a mi padre.

PP: ¿A cuáles humoristas admiraba más?

ALDO: Ya te mencioné a Castor Vispo, pero también admiraba a Les Luthiers, a Guillermo Álvarez Guedes y, por supuesto, a la constelación de estrellas que pasaron por su programa.

PP: ¿Y cuáles eran sus mejores amigos en ese mundo humorístico cubano?

ALDO: Quería mucho a Wilfredo Fernández. Se afectó bastante cuando falleció. Lo mismo con Idalberto Delgado. También era amigo de Leonel Valdés (el padre de Alexis), de Aurora Basnuevo, de Mario Limonta… Manolín Álvarez padre era su compinche… Se llevaba muy bien con Enrique Núñez Rodríguez… Pero no debo mencionar más nombres porque sería injusto, se me va a quedar alguien afuera. Tenía muchos amigos en el medio.

La mayoría de la gente piensa que Luberta fue el creador del programa radial “Alegrías de sobremesa”. Pero no fue así. La base del programa ya existía, salía al aire pero como un programa más. Se sabe que un día Luberta se encuentra en la Rampa con Antonio Hernández, director de Radio Progreso y éste le cuenta que tenía un programa que escribían 4 ó 5 personas y que le gustaría que él se encargara del espacio. Luberta aceptó y se sabe que cambió el formato, le cambió la dinámica de su humor.

PP: Sin lugar a dudas, “La Tremenda Corte” con Tres Patines y “Alegrías de sobremesa”, son los programas humorísticos que marcaron un antes y un después en la historia de la radio en Cuba. Con el agregado en el segundo de la hazaña de Luberta de escribirlo diariamente por 52 años.

ALDO: Añádele que escribir durante 52 años en Cuba sin burlarse del gobierno, de las instituciones, ni de nadie, es otra hazaña, porque con un error te podían meter preso. En fin, su trabajo haciendo “Alegrías de sobremesa” merecía el Récord Guinness. Sabemos que se habló, porque podía optar en tres categorías, pero el gobierno no hizo la gestión.

 

Alberto Luberta

De izquierda a derecha: José Ciérvides (grabador), Ada Sánchez (esposa de Ciérvides), Caridad Martínez (esposa de Luberta), Luberta, Rebeca García (actriz), Pipo de Armas (actor) y Martha Jiménez Oropesa (actriz).

 

A propósito de eso que menciona Aldo sobre hacer humor sin burlas a la autoridad, sin sátiras, sin críticas, versus el humor blanco, me detendré un instante.

Para mí el humor blanco, está dividido en dos, uno, el que tiene como objetivo solamente hacer reír, brindar alegría, cambiar el estado de ánimo y dos, los mismos objetivos anteriores, más hacer pensar, hacer reflexionar sobre lo humano y lo divino, llegando incluso a la sátira de feas conductas humanas, los vicios, los defectos, pero de forma general.

Pues además del humor blanco descrito, está el humor satírico, el burlesco, hacia específicos errores y malas conductas de la autoridad, del poder, siempre de forma constructiva, para abrirles los ojos a la sociedad y hacerlos pensar.

Ambos tipos de humores son igual de válidos y necesarios en la vida. No hay un tipo de humor mejor que otro, más importante que otro.

Por eso me molesta cuando los que se van hacia el extremo y rasgan vestiduras por el humor de burla ácida y humillante, tratan de borrar de un plumazo el humor blanco, que en definitiva es el más “inteligente”, el más difícil de hacer.

Dos ejemplos: un político se construye una mansión de lujo, sabiendo todos que con su sueldo era imposible hacerlo. O una autoridad da la orden para invadir otro país. Sin dudas, estamos en presencia de algo importante a criticar, porque nos afecta como sociedad, sea un político corrupto o un político megalómano. Ahí surge el tan necesario humor satírico. Pero el hecho se produjo, el humorista tiene que tener el talento de observarlo y elaborarlo. Sin embargo, el creador de humor blanco no está ante un hecho, no tiene ese “pie forzado”, y tiene que inventarlo, haga pensar o no a los consumidores de su arte. Por eso es más difícil hacer humor blanco. De ahí que tenga dimensiones épicas la labor de Luberta. Tuvo 52 años haciendo humor blanco y muchas veces haciendo pensar con críticas a los defectos humanos, porque no podía usar la sátira contra el poder.

Y me permito reflexionar sobre otro punto. Para no irme tan lejos, mencioné que los dos programas humorísticos más importantes, más trascendentes en la historia de la radio cubana son “La Tremenda Corte” y “Alegría de sobremesa”. ¿Y qué tipo de humor hacían? El humor blanco, el lúdico, el costumbrista, el de situaciones, el de cierta crítica a los defectos humanos, pero nada del humor burlesco, sarcástico, humillante, ácido, ofensivo y también, sin vulgaridades, palabras obscenas, groserías. Está evidente y aplastantemente claro, ¿no es cierto? Y lo mismo sucede en la televisión, en el cine, en el teatro, la literatura, en la música, etc.. El buen humor se impone y trasciende, aunque en ciertas épocas se ponga de moda reír con un humor de menos calidad y menos carga humanística.

Disculpen por la reflexión, pero se la debía a la labor de Luberta.

Sigamos con Aldo entonces.

PP: Sin dudas, estimado amigo, otro logro de “Alegrías de sobremesa” fue que reflejó mucho la vida en la Isla durante el tiempo que duró.

ALDO: Exacto. Mira, mi padre decía que los Van Van, desde la música, fueron los cronistas de la sociedad cubana y que “Alegría de sobremesa” fue cronista también, pero desde la radio.

 

Alberto Luberta

Luberta y Aurora Basnuevo

 

PP: Aldo, ¿y cómo era la mecánica real de tu papá para cumplir esa labor titánica de escribir un libreto diario?

ALDO: Lo principal era su responsabilidad. Tenía que escribirlos lloviera, tronara o relampagueara. Te voy a dar dos ejemplos. Uno, en sus cumpleaños mi casa se llenaba de gente, pero tomara o no, se acostara tardísimo o no, al otro día se levantaba a las 5 de la mañana a escribir el libreto que tocaba. Dos, Mi hermana menor era gemela, pero la otra falleció al nacer. Pues él la sepultó y de ahí fue a escribir el próximo libreto. Jamás incumplió en la entrega. Era demasiado responsable y amaba demasiado su trabajo.

PP: ¿Nunca recibió críticas negativas por su trabajo?

ALDO: La crítica siempre hablaba bien de él. Recuerdo que una vez siendo adolescente, hace años, una periodista —creo que de apellido griego—, le hizo una mala crítica. Pero no faltándole el respeto. Si bien mi padre no se molestó, le respondió dentro del programa, claro, también con alturas de mira. Imagínate, una sola crítica negativa en tantos años de programas diarios es también un récord, ¿no?

PP: ¡Por supuesto!

ALDO: Te cuento que tuve un programa deportivo dramatizado y empecé a escribirlo yo solo y al verme, el viejo me dijo: “Ahora verás lo que es eso por ti mismo”.

Otra cosa, mi padre tenía claro que un programa gustaba más que otro, pero sabía que siempre sacaba una sonrisa al menos.

Y siempre decía que no escribía chistes, sino situaciones humorísticas, que no es lo mismo.

Me detengo en este punto un momento, porque no estoy tan seguro de esa afirmación de Luberta. Para mí es cierto lo que dijo, pero se quedó corto en el concepto. Me explico.

A grandes trazos: El humor es un mecanismo de comunicación humana. Alguien recibe por algunos de sus sentidos, o inventa a través de su imaginación, una incongruencia y ocurre un proceso en su cerebro llamado “proceso cómico” y al final esa persona ríe y siente placer. Entonces desea que uno o muchos seres humanos también vivan ese proceso cómico y rían, así que les envía un mensaje. Si los receptores experimentan el proceso cómico, estamos en presencia del humor. Porque el humor es social y lo cómico individual. El humor es la expresión de lo cómico. Así que humorista es aquel que elabora un mensaje con su proceso cómico y lo envía al receptor para que ría. Pues enfoquémonos en el mensaje. Un chiste es, por definición, un formato breve y unicitario creado con la intención de hacer reír. Pues es fácil de entender que la incongruencia de un determinado chiste sea el mensaje que el humorista le envía a los receptores (llámese público). Por supuesto, solo se puede enviar un chiste a la vez en cada mensaje. De ahí que las obras escénicas, literarias, audiovisuales, etc., estén compuestas por una cadena de chistes (no importa si para conseguir carcajadas, risas o sonrisas). Entonces, si yo invento un chiste como éste (usaré uno anónimo para el ejemplo):

“Un hombre encuentra a su vecino cavando un hoyo en el patio y le preguntó:

—Hola vecino, ¿qué haces?

—Cavo un hoyo para enterrar a mi pez.

—¿Y no es un agujero demasiado grande?

—¡Es que el pez está dentro de tu maldito gato!”.

Tengo aquí un chiste de formato tradicional, y es un chiste de situación, ¿no es cierto? Y si deseo llevarlo a media hora o una hora de teatro o de programa televisivo o radial, lo que hago es “estirarlo” con otras situaciones, con otros chistes, con otros personajes. Por ejemplo, este diálogo del chiste sería el final, pero desde el inicio la vecindad se puede ir reuniendo para especular por qué el señor de esa casa vecina está haciendo un hoyo en su jardín.

Conclusión: el escritor puede crear una situación no chistosa y rellenarla con chistes y otras situaciones. O puede crear un chiste que por sí mismo sea una situación y rellenarla con otros chistes y otras situaciones.

Si yo le cuento a alguien un buen resumen del Quijote, a esa persona le puede dar gracia, porque es un disparate que un viejo loco con su criado gordito vaya por ahí imaginándose cosas y armando líos. Entonces ese resumen sería mi mensaje como emisor hacia el receptor. Y ese resumen sería una incongruencia (chiste) para la persona que lo escucha (receptor). Y ese resumen/chiste quizás fue la idea inicial que se le ocurrió a Cervantes y de ahí desarrolló su novela.

Repito, una situación puede ser un chiste. Por lo que Luberta decía la verdad al afirmar que creaba situaciones. Pero para mí, estoy seguro de que algunas situaciones que creó fueron chistes situacionales. Claro, quizás el Maestro no perdía el tiempo como yo con estas especulaciones teóricas sobre el humor.

Mejor continúo con Aldo.

PP: Amigo, ¿te acuerdas de alguna anécdota de él como escritor de su famoso programa?

ALDO: Claro que sí. Mira, hasta el año 1985 escribía en una oficina de Radio Progreso. Pero después se puso a escribir en casa, porque había demasiada bulla alrededor de la oficina. Pues en la época esa donde le costaba concentrarse por el ruido ambiente, sucedió esta anécdota: fue en un día en que estaba completamente en blanco y tenía que escribir el libreto para grabar por la tarde. Entonces bajó al portal de Radio Progreso y se recostó a una de las columnas de la entrada a observar todo a su alrededor, en busca de una idea salvadora que lo inspirara. De pronto, ve que cerca de él un actor del programa se pone a discutir con su esposa. Y sin que lo vieran, escuchó toda la pelea. Subió corriendo a la oficina y armó entonces su libreto con los mismos diálogos que escuchó. Después, se quedó al ensayo a ver qué sucedía. Y vio al actor poniendo expresiones de incredulidad, moviéndose extrañado, porque no entendía cómo el libreto reproducía exactamente la escena que había vivido con su señora.

PP: Le gustaban las bromas, pero ¿alguna vez fue víctima de alguna?

ALDO: Era muy difícil hacerle bromas, porque tenía mucha agilidad mental. Recuerdo que en cierta ocasión quise hacerle una broma desde mi casa en Asunción y lo llamé:

LUBERTA: Oigo —salió él al teléfono.

ALDO: ¿Alberto Luberta? —le dije engolando la voz.

LUBERTA: Sí, con él.

ALDO: Buenas, compañero Luberta, le habla el Capitán Miranda de la Unidad de la Policía de la calle Paseo. Tenemos detenido al locutor Marlon Alarcón, por vender ilegalmente ron. Queremos hacerle algunas preguntas a usted.

LUBERTA: Mira, yo no sé quién me habla, pero eso es imposible porque Marlon no vende ron, se lo toma.

ALDO: ¡Coño, papi, no puedo joderte nunca!

LUBERTA: ¿Pero tú crees que soy un viejo bobo?

PP: Buenísima anécdota. Me encanta saberlas para publicarlas en este espacio, porque por sí solas explican bastante la personalidad de las figuras. ¿Tienes otra?

ALDO: Sí. Un día lo invitan al cumpleaños de su colega Enrique Núñez Rodríguez y fue con mi mamá. Al otro día lo veo y le pregunto.

ALDO: Bueno, ¿cómo les fue anoche?

LUBERTA: Nos fue pésimo.

ALDO:¿Pero, por qué?

LUBERTA: No pudimos comer nada.

ALDO: ¿Había poca comida?

LUBERTA: Al contrario, había una mesa buffet con muchísima comida rica.

ALDO: Entonces, ¿qué pasó?

LUBERTA: Que tu madre y yo nos sentamos en una mesa, junto a (Pelayo, no recuerdo el nombre ahora, pero era una de las cuatro primerísimas bailarinas del Ballet Nacional) y su esposo. Pues a la hora de comer, se levantó la bailarina y el marido y ella regresó trayendo en sus manos un plato con dos hojas de lechuga y dos hollejos de mandarina. Y el esposo con un plato con un ramito de berros y dos naranjas. Entonces nos levantamos nosotros y nos dio vergüenza con ellos y solo puse en mi plato un poco de col y un poco de tomate. Y tu mamá algo parecido. ¡Pasamos un hambre terrible toda la noche!

 

Alberto Luberta

Luberta con su esposa Caridad Martínez

 

PP: Cuéntame, ¿recibió muchos premios en su carrera? ¿Cómo los valoraba?

ALDO: El valoraba cualquier premio. Obtuvo dos premios nacionales: el de humor y el de la radio. El primero al que le dieron el Premio Nacional de Humor fue a Héctor Zumbado en el año 2000 y a mi padre ni lo nominaron. Eso le dolió. Pero al otro año se lo dieron a él y a Enrique Núñez Rodríguez. De otros premios no puedo decirte, porque no los contabilizo. Pero fueron muchísimos. Eso sí, hay uno que le dolió profundamente que no se lo dieran. Ni siquiera era un premio, solo una Distinción. La de Héroe Nacional del Trabajo de la República de Cuba. Se dio cuenta que se manejó muy mal esa situación. Yo hasta le escribí a la Dirección del Instituto Cubano de Radio y Televisión al ver a mi padre afligido. Entonces en el 2016 lo convocan al Palacio de la Revolución y le otorgan la Orden Lázaro Peña y le dijeron que para la Distinción Héroe del Trabajo, tenía que haber recibido antes la Orden Jesús Menéndez. Y ahí mi padre se enojó. Recuerdo que llegó a la casa y llamó a no sé quién bastante molesto. Es que en 1986 ya le habían dado esa Orden Jesús Menéndez, por lo que se dio cuenta de que todo aquello era un relajo (disminución de la severidad o rigidez en el cumplimiento de ciertas normas, según el diccionario), y le dijeron cualquier cosa para salir de él.

PP: Me imagino cómo se habrá puesto el Maestro, más aun siendo él oficialista. ¿Y tú hiciste algo más al respecto?

ALDO: Pelayo, yo admiré siempre a tu grupo La Seña del Humor, los seguía y los vi varias veces en sus presentaciones en La Habana, por TV, etc. Y puedo decir que como ustedes, yo no tengo pelos en la lengua. Pues en mi visita a Cuba en el año 2016, y durante el homenaje que le hicieron a mi padre por sus 85 años, donde cerraron la calle de mi casa, donde tocó la Orquesta Aragón y todo, le dije a la secretaria nacional del sindicato de cultura: “Compañera, ¿qué tiene que hacer ese hombre que está ahí (señalé a mi padre), para que le den el premio? Respondió: “El año que viene se lo van a dar a Rosita Fornés, a Luberta y a Omara Portuondo (a Rosita no se lo dieron ese año). Y yo le dije: “No le creo, compañera”. Y ella me contestó: “¿Me está diciendo mentirosa?” Y le dije que sí. Porque no tengo nada que perder, tú sabes que vivo en Paraguay. Claro, el viejo se molestó mucho conmigo. Fue la última vez que lo hizo. Pero te puedo asegurar que ese premio que no le dieron nunca, le dolió mucho.

Fuera de esa anécdota, te digo que siempre recibía los premios y los homenajes feliz y acompañados de mi mamá, si ella no podía ir, él no iba a recibirlos.

PP: ¿Tu padre tuvo la oportunidad de viajar por su trabajo?

ALDO: Fue a La Unión Soviética en 1974, a Polonia en 1978, a Angola en 1983 y a España en 1999. Y fuera de su trabajo viajó a Venezuela, porque siendo miembro del Movimiento 26 de Julio, en 1958 participó en la Huelga del 9 Abril que fracasó y tuvo que asilarse en la Embajada de Venezuela, regresando a la Isla el 2 de enero 1959.

 

Alberto Luberta

Luberta con su esposa Caridad Martínez

 

PP: ¿Por qué crees que tu padre haya pasado a la historia como un grande del humor cubano?

ALDO: Como te dije ya, el programa “Alegrías de sobremesa” marcó época en Cuba. Fueron 52 años escribiendo un programa diario humorístico en Cuba con las limitaciones de allá. Mi padre supo hacer reír sin groserías ni faltarle el respeto a nadie. Supo hacer de algo intranscendente una situación humorística. Supo también aunar a grandes del humor cubano de una época. Supo hacer feliz a varias generaciones. Esa es su mayor virtud. No se puede hablar de la radio cubana sin mencionar a Luberta. Por todo eso tiene que estar como una gran figura en la historia del humor cubano.

PP: ¿Cómo te gustaría que lo recordasen entonces?

ALDO: Te daré la misma respuesta que dio en un programa de televisión. Él dijo: “Me gustaría que me recordaran así, como Alberto Luberta”. Así de sencillo era mi padre.

PP: ¿Alguna otra cosa que agregar?

ALDO: Dejar claro que cuando quisiste entrevistarlo para humorsapiens.com, ya él estaba mal. Él los admiraba a ustedes mucho, pero ya no podía, tenía metástasis y realmente le era imposible. No pienses que rechazó tu entrevista.

PP: No, amigo mío, jamás pensé eso. Ni se me hubiera ocurrido. Para mí hubiera sido un honor haberlo entrevistado, pero es obvio que en sus condiciones era imposible. No te preocupes, guardo la mejor imagen de tu padre. Lo respeto y admiro mucho por su talento, creatividad y dedicación. Y más ahora conociendo de buena tinta su parte humana.

Te agradezco que me hayas dedicado tu tiempo, atención, esfuerzo y neuronas para aportar mi granito de arena a promover a esa Gloria de la Cultura Cubana que fue tu padre.

 

Alberto Luberta

 

Sabes como yo, que esté en el lugar que esté él (si eso es posible), estará haciendo humor, haciendo reír a todos y quizás hasta diciendo “¿Qué gente, caballeros, pero qué gente!”.

A tal humor, tal honor.

Copyright © Pepe Pelayo. Publicado en Humor Sapiens con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.