Sin lugar a dudas, cualquier docente puede aplicar la Pedagogía del humor.
Pero sabemos que muchos profesores y profesoras ante el humor, ya sea en lo personal para mejorar su calidad de vida; o ya sea para aplicarlo en su trabajo educativo, saltan y dicen: “yo no sirvo para esto porque no tengo ninguna gracia”, o “para eso hay que nacer”, o “soy muy aburrido” y unas cuantas excusas más.
A esos docentes les digo: la respuesta es: con PREPARACIÓN se puede. No es que usted va a terminar presentándose en la tele como humorista profesional, se trata de prepararse con tiempo para saber qué decir y cómo decirlo. Claro, hay personas que nacen con el don de la gracia, la simpatía y les será más fácil todo esto. Pero, insisto, solo se necesita voluntad y estar convencido de esto para lograrlo, porque no se exige nada, más allá de las cualidades “normales” de cualquier ser humano. En fin, que no hay excusa.
Partamos de la base de que los docentes son líderes, guías importantes, porque su trabajo de formar niños es una de las cosas más priorizadas en una sociedad. Y los verdaderos líderes, los buenos guías, deben tener sentido del humor. Eso ya es un hecho. Incluso, en muchos países, les exigen esa condición para contratarlos en puestos de altas responsabilidades. A todos, desde los líderes y guías que toman grandes decisiones que afectan a muchos, hasta los que solo tienen bajo su mando a pocas personas, se les aconseja que desarrollen su sentido del humor y que se “preparen”. Porque “prepararse” –lo repito mil veces-, es la palabra mágica, el secreto de todo esto.
Muchos piensan también que se les podría afectar su “imagen” como docente al aplicar la Pedagogía del humor.
A ellos les respondo con un ejemplo de experiencia investigativa sobre el tema.
Un experimento que se llevó a cabo con los marines en Estados Unidos, consistió en formar un pelotón de nuevos soldados y designarles un sargento de esos típicos que vemos en las películas de guerra de Hollywood, que grita, que castiga, que es intratable, que es un témpano de hielo y una mole de acero inoxidable al mismo tiempo; en fin, un ser insoportable, pero que cumple muy profesionalmente con lo que se le pide: disciplinar y formar a los marines (lavarles el cerebro dicen algunos), para que estén preparados para matar y para la guerra en general con sus situaciones límites.
Por otro lado, se le asignó a un segundo pelotón con idénticas características, un sargento opuesto al anterior; es decir, chistoso, amable, humano, comprensivo y que compartía con sus subalternos en su tiempo libre; pero sin dejar de ser tan profesional y exigente como el otro sargento. A ambos por igual se les mediría por los resultados esperados.
Al cabo (hablando de militares) de seis meses de trabajo intenso, los sargentos les informaron a sus respectivos pelotones que los asignaron para una misión en el Medio Oriente y que necesitaban voluntarios para acompañar a su líder. Del pelotón del sargento típico dieron un paso al frente dos o tres soldados. Del pelotón del sargento chistoso, casi todos. El experimento se repitió varias veces con distintos pelotones y siempre dio el mismo resultado.
Conclusión: se obtienen más y mejores resultados con un líder que de confianza, que sea más humano, que comparta risas y buenos momentos.
¡Ojo! Esos líderes, con esa imagen, es la que se requiere para aplicar la Pedagogía del Humor. Profesores que den esa seguridad y que provoquen admiración y cariño en sus niños. De ahí un lema que me encanta y uso bastante: “La letra con risa entra” y no “La letra con sangre entra”, como monstruosamente era antes.