La educación básica casi nunca forma niños con hábitos lectores. Lamentablemente, es una realidad. Y en la casa y en el barrio tenemos la fuerte competencia del mundo electrónico, los bombardeos de imágenes de dudoso gusto, o niños entregados al mal ocio, la indiferencia y a las actividades pro delictivas, etcétera. Actividades donde el niño encuentra placer. Por ello hay que hacer mucho esfuerzo para atraerlos a la lectura. No luchando contra esas actividades señaladas, sino primero compartiendo con ellas, brindándole otro placer con las lecturas. No obligando, no presionado, no censurando. Claro, no es fácil. Resulta que un niño es un lector muy diferente al adulto. Un adulto muchas veces se lee obras que no le gustan, que encuentra pesadas, pero hace el esfuerzo. El niño no. Y lo peor, los adultos les ofrecen a los niños sin hábito lector, libros aburridos que les frustran los deseos de leer. Aunque hay que decir que también les ofrecen buena literatura, pero mal seleccionada para el nulo nivel lector, su edad, etcétera. Muchos de los libros que hoy se catalogan como clásicos de la literatura infantil y juvenil, en su origen no fueron concebidos como libros para niños, sino para adultos. ¿Qué ocurre? Que son demasiado densos para el público infantil sin hábito lector y principalmente para el niño de hoy, que es más inquieto, más activo, y además, está muy acostumbrado al lenguaje visual que es muy rápido. Insistimos, hablamos de niños de siete u ocho años a trece, sin hábito lector, que hay que atraer y convencerlos de que leer es trascendental en sus vidas. Pero, ¿cómo competir y salir airosos? Ofreciendo placer. Y el humor es la clave. Nuestra experiencia y la de otros colegas así lo avalan.
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