El mexicano Münchhausen | Incomprensibles justicialistas

Ricardo Guzmán Wolffer 
Abogado, narrador, poeta, dramaturgo y humorista literario.
El mexicano Münchhausen | Incomprensibles justicialistas

Article in English

 

Jerzy Kosinski es el autor de la publicitada novela “Desde el jardín” gracias a la notabilísima película interpretada por Peter Sellers con el mismo título y con una adaptación integral y fiel de la novela para permitir a Peter Sellers una de sus mejores películas entre la larga serie de interpretaciones hechas por este actor famoso, más recordado como cómico, a pesar de la profundidad de sus personajes en esta película y otras, como “Lolita” de Kubrick.

El personaje se llama Chance (suerte en inglés o suertudo) Gardiner (jardinero en inglés). Al inicio de la novela él tiene más de 50 años y toda su vida ha vivido encerrado en la casa para hacerse cargo del jardín. Igual que su madre, ha nacido con una dificultad mental que le impide salir de la casa. Lo describe el autor: “Padecía la misma falta de entendimiento que su madre; la delicada materia del cerebro, de la que brotaban todos los pensamientos, había quedado dañada para siempre”.

Al morir el dueño de la casa, tanto Chance como la demás servidumbre debe abandonar el inmueble; como él no tiene ningún familiar, vaga por las calles hasta que es atropellado por la esposa de un millonario enfermo, quien lo lleva a la mansión del marido para ser atendido por el cuerpo médico que permanentemente cuida del influyente empresario. Vaya que tiene suerte.

A lo largo de la novela, contestará siempre con el único referente que ha tenido durante toda su vida que es la forma en que se cuidan los jardines. Incluso cuando el moribundo millonario recibe al presidente de los Estados Unidos de América, quien acude con el empresario en busca de consejo, ante el bache económico que sufre el país.

El presidente encuentra una sorprendente analogía entre la manera en Chance le dice cómo se comporta el jardín a lo largo de las estaciones del año y la manera en que la economía nacional se desenvuelve; como si fuera necesario solamente esperar el tiempo de la bonanza en lo que pasan las épocas difíciles. El presidente cita en televisión las palabras de Chance y de ahí en adelante la novela se desenvuelve a lugares inesperados, pues sin importar el auditorio en el que hable Chance, siempre sus escuchas encontrarán un significado profundo y favorable de las pocas palabras de Chance, a pesar de que el limitado hombre apenas entiende lo que le preguntan.

Mitad humorística, mitad reveladora de la naturaleza humana, la novela de Kosinsky plantea un esquema de comunicación tan imperfecto como útil para la política, la gente en el poder y el espionaje; lo cual claramente se replica en la elaboración de leyes y para su interpretación judicial o política, pues al hacerse las leyes se hace una imposición pues lo que decide la procedencia de una u otra es la componenda entre legisladores y no la representación de la población que supuestamente ejerce cada diputado, como se muestra con el cambio de partido o de postura socio-económico-política de cada legislador, generalmente más preocupado por su próximo trabajo o por no pisar la cárcel que por conectar con las ideas o voluntades de sus votantes. No hay manera de que los vaivenes políticos de ese senador sean representativos de la voluntad u opinión de los miles de votantes que llevaron a esa persona a la cámara legislativa. Y con los juicios ni se diga: una vez llegado el juicio ante el órgano terminal, las partes deben conformarse con la resolución judicial, que deberá cumplirse bajo pena de prisión para él desobediente.

No importa lo que el emisor diga, el receptor jurídico siempre entenderá lo que le conviene y terminará por llenar los huecos del concepto ahora planteado por el receptor que interpreta a su conveniencia lo dicho para enarbolar una conclusión y establecer una línea de acción política o jurisdiccional. En parte esto se debe, sin duda, a la falta de exposición de motivos en las leyes, a la falta de una adecuada y reveladora discusión parlamentaria de las leyes; lo cual se empeora con la necesidad de aprobar más leyes para aparentar efectividad numérica en el trabajo legislativo. Como si sacar más leyes signifique que se trabaja mejor, cuando lo importante es que se hagan leyes que resuelvan apropiadamente los problemas sociales, que su aplicación sea viable por requerir poco presupuesto, que no necesite cambios sustanciales en las instituciones gubernamentales existentes y, sobre todo, que resuelva un problema sin crear otro.

Esta novela se enriquece con la película. Aunque la segunda es una calca de la primera, con mínimas variantes, cosa ya destacable en sí misma, la interpretación de Peter Sellers lo lleva a un área nueva de humorismo  en su entonces ya amplísima trayectoria al respecto. En su participación con Kubrick ya había logrado en un solo filme variantes notables del humorismo fársico. Si a esto se añade la segunda versión de "La pantera rosa", donde lo mismo lucha con su sirviente Kato al salir del refrigerador que arrasa con su involuntario enemigo, y otras más, nadie dudará de la complejidad interpretativa de Sellers. Si al lado de Ringo Star ya mostraba otro filón eficaz del rico negligente y capaz de humillar a la gente para hacerle ver su servidumbre reprochable al dinero, verlo con los gestos de alguien cercano a la deficiencia mental que pone de cabeza a un país necesitado de un rumbo, por absurdo que suene, es una cima interpretativa. Confrontado con un elenco magnífico, el jardinero incapaz subvierte los valores para establecer que, como en el arte, el valor de la palabra, parece estar en quien la oye e interpreta, más que en la sabiduría de quien la emite. Como en un chiste de Marx, no importa el tiempo invertido en una payasada, sólo tiene valor si funciona y hace reír. En el caso de Sellers, nos provoca una risa de burla sobre un país que se dice el más poderoso, pero que está conformado por políticos a tal grado ineptos que cualquier comentario los deslumbra. Esta burla es mayor cuando miramos la desesperación del presidente y su gabinete al no encontrar ningún registro de ese jardinero. Les resulta incomprensible que en el reinado del Gran Hermano alguien logre pasar desapercibido: entre miles de opciones, eligen la locura. Lo improbable llama a la risa. Para más inri, la siempre deslumbrante Shirley MacLaine, símbolo sexual en su juventud y modelo de pasarela conceptual termina por masturbarse ante la mirada incómoda del anodino allegado que desconoce incluso la sexualidad básica. Aquí esa burla se va cambiando a una risa inquieta al preguntarnos cuánto desconocemos de nosotros mismos en temas en apariencia naturales. Y la burla se revierte cuando, al final de la película, vemos a los políticos ponerse de acuerdo para hacerlo presidente gringo. SI hoy el mundo sufre con los desplantes de Trump que llaman al humor a pesar de ir cargados de tragedia, en México los desplantes de la nueva cara del priismo son parte de una tragicomedia de alcances incomprensibles por provenir de una incompetencia supina que hace de Sellers un profeta del cataclismo personal y social. EL humor del inicio se hace complejo cuando entendemos que en toda tragedia social hay un pequeño chiste que ha sido arrojado al nevado más alto del mundo para caer hecho un Dios destructivo, mitad por la imparable fuerza del humor bien hecho, mitad por la incomprensión humana sobre una verdad inobjetable: reír no mata, sólo reírse sin entender de qué. Y Sellers logra convencernos con este personaje de que más vale reírnos con conciencia, que morir en la tragedia.

 

 

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Incomprehensible Justicialists

By Ricardo Guzmán Wolffer

 

Jerzy Kosinski is the author of the widely publicized novel Being There, thanks to the remarkable film adaptation starring Peter Sellers under the same title. The film remains a faithful and complete adaptation of the novel, allowing Sellers to deliver one of his best performances among the many roles he played throughout his career. Despite his reputation as a comedic actor, Sellers showcased great depth in this film and others, such as Kubrick’s Lolita.

The protagonist is named Chance (which means “luck” or “fortunate” in English) Gardiner (which translates to “gardener”). At the beginning of the novel, he is over 50 years old and has spent his entire life confined within a house, tending to its garden. Like his mother, he was born with a mental disability that prevents him from leaving the house. The author describes him: "He suffered from the same lack of understanding as his mother; the delicate material of the brain, from which all thoughts sprout, had been permanently damaged."

When the owner of the house dies, Chance and the rest of the household staff must leave the property. Since he has no family, he wanders the streets until he is hit by a car driven by the wife of a wealthy, ailing businessman. She takes him to her mansion, where he is cared for by the team of doctors who permanently look after her influential husband. Talk about luck.

Throughout the novel, Chance responds to everything using the only frame of reference he has ever known: the way gardens are maintained. Even when the dying millionaire hosts the President of the United States—who seeks his advice regarding the economic downturn—Chance speaks about gardening, unknowingly drawing a parallel to the national economy. The president finds an unexpected analogy between the way Chance describes the seasonal cycles of a garden and how the economy functions, as if all that is needed to overcome economic hardship is to wait for prosperity to return. The president quotes Chance’s words on television, and from that moment on, the novel takes an unpredictable turn. Regardless of the audience, Chance’s listeners always interpret profound and favorable meanings in his simple words, even though the limited man barely understands what he is being asked.

Half humorous, half revealing of human nature, Kosinski’s novel presents a communication scheme as flawed as it is useful for politics, power, and espionage. This is mirrored in the legislative process and in the judicial and political interpretation of laws. Lawmaking itself is an act of imposition, determined by negotiations between legislators rather than the true representation of the population each congressman supposedly serves. The novel illustrates how politicians often change parties or socio-economic ideologies, usually more concerned with securing their next job or avoiding prison than with representing their voters’ interests. There is no way that the political shifts of a senator can truly reflect the will or opinion of the thousands of voters who elected them. And when it comes to judicial matters, it’s even worse: once a case reaches the final legal authority, the parties involved must accept the ruling, as noncompliance would result in imprisonment.

Regardless of what the speaker says, the legal interpreter always understands what benefits them most. They fill in the gaps of a given concept, reinterpreting it to their advantage in order to draw conclusions and establish political or judicial courses of action. This is partly due to the lack of explanatory statements in laws and the absence of meaningful parliamentary discussions when they are created. The situation worsens with the need to pass more laws just to create an illusion of legislative productivity, as if more laws meant better governance. What truly matters is that laws effectively solve social problems, are feasible to implement without excessive costs, do not require major changes to existing government institutions, and, above all, solve issues without creating new ones.

This novel is further enriched by its film adaptation. While the movie is a near replica of the book with minimal variations—a remarkable feat in itself—Peter Sellers’ performance elevates it to new comedic heights. His already vast experience in humor had reached a notable peak with Kubrick, where he played multiple roles in a single film, each with distinct shades of farcical comedy. Adding to this is The Pink Panther sequel, where he fights his servant Kato emerging from a refrigerator or takes down his unintended enemies, showcasing the complexity of his acting range. When paired with Ringo Starr, he had already demonstrated his talent for portraying the rich, negligent, and humiliating figure who makes others painfully aware of their subservience to money.

However, in Being There, Sellers takes on a different challenge: embodying a mentally deficient man who, absurd as it may seem, upends an entire nation desperate for direction. Opposite a brilliant cast, the incapable gardener subverts conventional values, proving that, much like in art, the power of words lies more in the listener's interpretation than in the speaker’s wisdom. Like a Marx Brothers joke, time spent on a gag is irrelevant; it only matters if it works and makes people laugh.

In Sellers’ case, his performance makes us laugh at the expense of a country that claims to be the most powerful in the world, yet its politicians are so inept that any comment can mesmerize them. The satire deepens when we see the U.S. president and his cabinet desperately searching for records on this enigmatic gardener, unable to comprehend how someone could exist without leaving a trace in the era of Big Brother. Among countless possibilities, they settle on insanity. The improbable becomes laughable.

To top it off, the always dazzling Shirley MacLaine—once a sex symbol and high-fashion model—ends up masturbating in front of the clueless Chance, who doesn’t even grasp basic human sexuality. Here, laughter turns into an unsettling reflection on how little we truly understand about ourselves, even on seemingly natural subjects.

And the satire comes full circle when, at the end of the film, we see politicians conspiring to make Chance the next U.S. president. If today’s world suffers from Trump’s antics—amusing yet laced with tragedy—Mexico faces its own tragicomedy with the resurgence of PRI-style politics, an incomprehensible phenomenon driven by sheer incompetence. Sellers’ performance becomes prophetic, portraying the personal and societal collapse ahead.

The humor that starts the story evolves into something complex as we realize that, behind every social tragedy, there is a small joke—one that has been hurled from the highest peak, descending like a destructive deity. This is due partly to the unstoppable power of well-crafted humor and partly to humanity’s inability to grasp an undeniable truth: laughing doesn’t kill, but laughing without understanding does. And Sellers’ portrayal of Chance convinces us that it’s better to laugh with awareness than to die in tragedy.

 

(This text has been translated into English by ChatGPT)

Copyright © Ricardo Guzmán Wolffer . Publicado en Humor Sapiens con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.