A niños que sepan leer fundamentalmente. No nos gusta encasillar mucho, porque en la realidad, hay niños de cualquier edad que no leen libros, e incluso que apenas saben leer en general. Y otra condición indispensable es que asistan de forma voluntaria.
Pero no sólo porque los niños saben leer, sino además porque después de los seis o siete años se puede comenzar a trabajar mejor con ellos el humor más complejo y elaborado. Con los jóvenes es mucho más ardua y difícil la tarea porque se agregan otras razones y el Método no está diseñado para ellos.
Con el afianzamiento de la lectura a partir de los siete u ocho años, el niño domina en mayor medida los recursos lingüísticos que sustentan el humor. Si los fonéticos son los que primero producen regocijo, casi desde que se aprende a hablar (onomatopeyas, repeticiones, concatenaciones), en la edad que señalamos es cuando comienzan a disfrutar de irreverencias y situaciones absurdas. Y se pueden adentrar en los morfosintácticos, muy explotados por el nonsense (derivaciones, composiciones, acrónimos y otros) y los semánticos (antítesis, hipérboles, metonimias, metáforas, entre otros), los de más difícil elaboración y comprensión. Pueden aventurarse sin problemas en la creación de un simple retruécano, o calambur, paronomasia, oxímoron, o simples palíndromos, anagramas, etcétera. Todo en clave de humor, por supuesto. Los libros de humor que manejan esto pueden ayudar a crear más fácilmente el hábito lector, a causa del placer. El placer creativo, el estético y el placer humorístico son muy parecidos al placer lúdico, porque el arte y el humor es puro juego, ¿no es cierto?