El mexicano Münchhausen | Realidad y censura

Ricardo Guzmán Wolffer 
Abogado, narrador, poeta, dramaturgo y humorista literario.
El mexicano Münchhausen |  Realidad y censura
Mae West

Article in English

 

Mae West es una de las actrices más recordadas del cine estadounidense de la primera mitad del siglo XX. Se desconoce su trayectoria teatral que la llevó a ser, hace casi un siglo, la mujer mejor pagada en todo Hollywood, gracias a que sus películas recaudaban más dinero que las de ningún otro director. Se le recuerda exuberante y provocadora, pero, sobre todo, dueña de una respuesta rápida e ingeniosa. La posibilidad de humillar al macho al confrontarlo con una mujer deseosa, pero exigente y experimentada. 

En la biografía “When I´m bad, I´m better” de Maribeth Hamilton se muestra el inicio de su carrera teatral para mostrar a una joven Mae West dedicada al teatro de escándalo en donde la prostitución, el sexo interracial y la homosexualidad eran sinónimos de libertad en un estrato social de jóvenes mujeres trabajadoras del naciente emporio que sería Nueva York, donde se recibía a personas de muchos países. Producto de un tiempo donde esas jóvenes se emancipaban con el trabajo, las obras escritas y actuadas por la propia Mae eran motivo de preocupación para los censores del teatro, generalmente tan sorprendidos como escandalizados de las tantas posibilidades en los diálogos que retaban con humor a aceptar que en muchos aspectos las mujeres estaban igual o por encima de esos burócratas de doble moral quienes lograron con su moralina que sus obras teatrales triunfaran en todas las ciudades en donde se presentaban con ella al frente. No hay publicidad mala; menos cuando se publicita el sexo ingenioso y divertido. 

La biografía de Mae no solamente es un notable ejercicio de documentación histórica alrededor de una creadora y actriz que hoy sigue viva por su ingenio y el desenfado con que su personaje demostraba una liberación sexual que, si hoy es bien recibida en algunos lugares, en su momento fue un escándalo. La censura, además de realizarse con parámetros legales, apoyada en reglamentos que permitan actuar a la policía, encubre un control moral y cultural que debería ser ajeno a la ley, habla más de quienes la practican, que del producto censurado. Si la represión legalizada es la mejor manera de educar a la población, hablar de inclusión y democracia parece un chiste más de la propia Mae West.

Si el derecho se traduce en el arreglo de lo social, malamente puede censurarse la obra artística por la mera presencia de homosexuales o sexoservidoras, ni se diga el sexo interracial. Si la apreciación de los censores se traduce en que los espectadores no deben tener a la mano cierta información, como la relativa que el ejercicio de la sexualidad debe ser libre o que la realidad social es inocultable y que, por mucho que moleste a los puritanos, hay sexual; entonces, la ley es ajena a la sociedad porque sólo representa la postura de quienes detentan el poder, impuesta a un pueblo apenas capaz de defenderse, ya sea por su situación migratoria, por su precariedad económica o por ser contrarios al discurso público.

La premisa legal de la censura es que el público no está preparado para entender o recibir los hechos mostrados. La delgada línea que divide la censura infantil de la adulta encuentra en la vida de Mae West un ejemplo terrible porque fue objeto de ataques por tener una visión anticipada de la emancipación femenina, mediante la equiparación verbal e ingeniosa del deseo sexual con los hombres que a su lado parecían más torpes adolescentes que hombres en busca de una mujer para reafirmar la sexualidad de ambos; y esos ataques llegaron a muchas personas más, al postergar la apertura social a la diversidad. Siguió la doble moral de perseguir a los abiertamente distintos, para seguir practicando a escondidas la homosexualidad, la transexualidad y el sexo interracial, como invocaban las películas y obras teatrales de West. Si una mujer blanca, exitosa y popular era atacada, los homosexuales, los transexuales y las parejas interraciales de menos recursos económicos y mediáticos entendieron muy bien que no era el momento de mostrarse públicamente cuando la maquinaria del estado era capaz incluso de acabar con las inmensas ganancias cinematográficas logradas por Mae.

Cualquier legislación que hoy siga con esta idea de censura será ajena al sentido democrático que el derecho enarbola.

Quizás el mayor problema de la censura que Mae West recibió se tradujo en impedir el desarrollo artístico de esta actriz de sorprendente agudeza verbal en sus inicios y que acabó su vida en la decadencia creativa, llevando su personaje a la degradación. En condiciones más propicias ella habría logrado un humor único en el ámbito cinematográfico, incluso por encima de humoristas como Groucho Marx, al combinar lo verbal con lo físico para abonar a una revolución cultural basada en el sexo libre, interracial y homosexual franco. La censura no solamente limita a los espectadores por suponerlo incapaces de afrontar la obra artística, también incide en limitar a los artistas para ser un medio que lleva a todos los espectadores a una mayor comprensión de su realidad; en este caso, a través del humor.

La seriedad de la censura contra la mutilada capacidad artística de Mae West ha mostrado que, una vez más, el chiste terminó por revertirse contra su emisor.

 

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Mae West con Gary Grant

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Mae West con Charles Chaplin

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Mae West con Groucho Marx

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Mae West con Los Hermanos Marx. (Caricatura firmada por "T. Hee".

 

 

The Mexican Münchhausen |  Reality and censorship

By Ricardo Guzmán Wolffer

 

Mae West is one of the most memorable actresses in American cinema from the first half of the 20th century. Her theatrical career, which led her to become, nearly a century ago, the highest-paid woman in Hollywood, remains largely unknown. This was thanks to her films generating more revenue than those of any other director. She is remembered as exuberant and provocative but, above all, as someone quick-witted and sharp. She had the ability to humiliate the macho man by confronting him with a woman who was desirous yet demanding and experienced.

In Maribeth Hamilton’s biography “When I’m Bad, I’m Better”, the beginnings of Mae West’s theatrical career are explored. It shows a young Mae West dedicated to scandalous theater where prostitution, interracial sex, and homosexuality were synonymous with freedom in a social stratum of young working women in the emerging metropolis of New York, a city that welcomed people from many countries. Born out of an era when these young women were gaining independence through work, the plays written and performed by Mae herself became a concern for theater censors, who were often as surprised as they were scandalized by the many provocative dialogues challenging the acceptance of the idea that, in many respects, women were equal to—or even above—those double-standard bureaucrats. These moralists managed to make her theatrical works triumph in all the cities where they were performed, with her leading the charge. There is no such thing as bad publicity, especially when it comes to witty, humorous sexuality.

Mae’s biography is not only a remarkable exercise in historical documentation about a creator and actress who remains alive today in people’s minds thanks to her wit and boldness. Her character demonstrated a sexual liberation that, while accepted in some places today, was scandalous in its time. Censorship, enforced not only through legal parameters and regulations allowing police intervention, often cloaked a moral and cultural control that should have had no connection to the law. Censorship reveals more about those who enforce it than about the censored product. If legalized repression is the best way to educate the public, then talking about inclusion and democracy seems like another one of Mae West’s jokes.

If the law translates to social adjustments, then censoring artistic works for merely featuring homosexuals or sex workers—or even interracial sex—is utterly misguided. If the censors’ stance is that audiences should not have access to certain information, such as the idea that the exercise of sexuality should be free or that social realities are undeniable—even if they offend puritans—then the law is detached from society. It merely represents the views of those in power, imposed on a population barely capable of defending itself due to their migration status, economic precariousness, or opposition to the official discourse.

The legal premise of censorship assumes that the public is unprepared to understand or receive the facts presented. The thin line dividing censorship for children from that for adults finds a terrible example in Mae West’s life. She was attacked for her forward-thinking vision of women’s emancipation, equating sexual desire with men’s in a witty and verbal way. The men alongside her often appeared like awkward teenagers rather than confident men seeking a woman to affirm mutual sexuality. These attacks affected not only Mae but also others, delaying societal openness to diversity. The double standard of persecuting the openly different while secretly practicing homosexuality, transsexuality, and interracial sex, as depicted in Mae’s plays and films, prevailed. If a successful, popular white woman was attacked, less privileged homosexuals, trans people, and interracial couples clearly understood that it was not the time to come forward when the state’s machinery could even destroy Mae’s immense cinematic earnings.

Any legislation that continues to uphold such censorship today remains detached from the democratic ideals the law is meant to uphold.

Perhaps the greatest problem with the censorship Mae West faced was its impact on her artistic development. This actress, with her extraordinary verbal sharpness, saw her early career limited, ultimately leading to her creative decline. Under more favorable conditions, she might have achieved a unique form of humor in cinema, surpassing comedians like Groucho Marx by blending verbal and physical comedy to contribute to a cultural revolution rooted in free, interracial, and openly homosexual sex. Censorship not only limits audiences by deeming them incapable of confronting artistic works but also restricts artists from being a medium for broader audience understanding of reality— in this case, through humor.

The seriousness of the censorship that stifled Mae West’s artistic capacity shows, once again, that the joke ultimately backfired on its enforcers.

 

(This text has been translated into English by ChatGPT)

Copyright © Ricardo Guzmán Wolffer. Publicado en Humor Sapiens con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.