DE TEATRO Y HUMOR
De pie, sobre la estepa horizontal y tozuda, almácigo vivo de tradición pensante, un roble preñado de acervo universal, Pepe Pelayo, erudito conocedor del humor, escribe la obra de teatro “John y Deep”, autoclasificada como historieta, donde dos personajes se dedican a divagar sobre los más diversos temas sin que se dé el conocido conflicto aristotélico teatral. Debido a la falta de trama anunciada, mientras hacen la mímica relativa a que caminan a tantos lugares como sketches desarrollan, los personajes se divierten con chistes fonéticos, chistes derivados de la cultura popular hispana, chistes literarios, chistes semióticos y cualquier cantidad de divertimentos para cautivar al espectador y evitar que deje esta obra de teatro, en apariencia escrita sólo para lectura. Aunque no faltarán los empresarios teatrales temerarios y menos los públicos mártires de la dramaturgia experimental o del teatro del absurdo, improbables casilleros para acomodar a estos dos personajes autoparódicos.
Si el recorrido de los cuasihéroes caminantes nos da ecos de “Bouvard y Pecuchet” de Flaubert, por el dúo central, la forma en que está presentado el conflicto ausente de la trama, conlleva una peculiar derivación de obras de teatro importantes como “Las tentaciones de San Antonio” del mismo Flaubert, donde se hacen anotaciones escenográficas imposibles de realizar en la época en que escribió por la cantidad de personajes que se supone aparecen ante el público y la complejidad en la presentación de las distintas bestias míticas convertidas en personajes con diálogos. Quizás Flaubert, grande entre los grandes, tuvo una premonición sobre esta obra de Pelayo y escribe en “Las tentaciones”: “Los que poseen las bellezas de las apariencias pueden seducir. ¿Pero cómo se puede creer en los otros, que son abyectos y terribles?”
Las complicaciones escénicas son resueltas por Pelayo al colocar una pantalla de fondo, en la que se proyecta lo suficiente para suponer que los personajes van caminando por el bosque, o por la selva tropical, o por la montaña, o en un caudaloso río y muchos otros lugares. Si la obra de Pepe está totalmente referenciada a las caricaturas donde todo puede suceder (hace 50 años no existía el concepto de lo políticamente correcto ni el de la integración), la posibilidad de proyectar hasta pensamientos de los personajes es viable, pues se usan como parte de la trama los globos que suelen insertarse en las viñetas.
En la divagación de los personajes, el cielo es el límite: abiertamente juegan con el concepto de estar en el escenario sin rumbo alguno. Con lo cual, ya lo había dicho, juegan con palabras y conceptos. No quieren ser encasillados en teatro Dadá, “dada esa valoración” se aclara que no hay relación con Idi Amín Dada o con los vocablos similares de otras lenguas y llegan hasta los hermanos Marx para emular más de una escena en sus películas donde los cómicos sacan de sus ropas objetos con la misma pronunciación. Las influencias de Pelayo van brotando por referencia directa o copia estilística. Menciona a Pirandello, pero hace un homenaje a Gilbert y Sullivan, los creadores de la opereta cómica inglesa, en la parte de “Los piratas de Penzance” donde un general rima a ritmo frenético palabras con igual terminación fonética, en un verdadero reto al intérprete en turno para jalar aire sin soltar la rima musical, pues Pepe pone a John a hilar palabras con terminación similar. O se pitorrea de Serrat y su himno transgeneracional “Caminante no hay camino” al decir que, en realidad, “se hace camino al hablar” y hace bien Pelayo, pues el andar puede llevarnos a los bordes de la tierra plana y redonda para caer al vacío, mientras que la palabra, ya lo dijo la Biblia, es el génesis de todo. Especialmente cuando es una palabra descacharrante y reflexiva, de la que, incluso, hay que tomar dictado porque así “dicta el sentido común”. O luego se ría de Iglesias al decir que “el hombre tropieza siempre con la misma piedra”, lo que también resulta en la puntilla contra Serrat y sus incondicionales. Por si algún despistado no lo hubiera identificado, menciona a Salinger con su “Guardian entre el centeno
No se piense que todo es certero ni que se insiste en lo positivo, pues también hay intentos humorísticos que merecen tarjeta roja vitalicia (¡Vivan Hugo Sánchez y Pelé!), para ejemplo está la afirmación de que “en parte sí y en Partenon” o el citar a varias actrices de nombre Pilar que cosechan para decir que son “Los pilares de la tierra” o que el arroyo se hace lago porque se “desarrolló” (dejó de ser arroyo) y otras similares que no menciono para evitar que de nuevo me sangren los ojos.
Lo central de esta obra no es la inconexa trama que la emparenta con el teatro del absurdo, sino el soltar planteamientos de fondo que pueden pasar desapercibidos para la cognición consciente del lector, pero que se anidan en la zona compleja cerebral para estallar en su momento. Cuando Depp establece la necesidad de decidir el rumbo de la obra, John se lamenta de ser un personaje secundario al que no le pasan cosas trascendentales.
En la avalancha contemporánea de información se presenta como correcto que se haga la equiparación de la opinión del ignorante con la del docto estudiado o el experimentado trabajador del área. Así, la percepción de lo trascendente va bajando porque todo parece tener el mismo peso en redes sociales. Incluso la muerte y los accidentes casi fatales se presentan como divertidos o entretenidos. Ni digamos de los fenómenos políticos locales y mundiales, apenas comprensibles para el lego. En tales circunstancias, es fácil suponer que, para el usuario promedio de tales herramientas informáticas, el concepto de lo trascendente es muy opinable. Es que se ha perdido el referente. Por eso los personajes de esta engañosa obra caminan y divagan, son seres perdidos en la era de los referentes conceptuales difusos y optan por el divertimento, con todo y los golpes de conejo boxístico que dejan caer cada tanto. Tales ganchos existenciales pueden verse en la disquisición paródica del alma y su contenedor.
“Parece que en el arte no somos tan libres” suelta graciosamente John, como si en ello no hubiera una afirmación que, con el espectador adecuado, podría llevar a la revolución creativa. De fijo se dice que el arte es la expresión libertaria por antonomasia, pero aquí está Pelayo con su necedad iconoclasta y luego suelta el mensaje contrario al decir que “Los artistas son dioses en el fondo”, pero en el fondo del río, cabe añadir, o en el fondo de la diversidad, explica después, para plantearse que quizás Dios es gay o discapacitado o negro o pertenece a una minoría de modo que ya cabría hacerle una campaña a Brahma, Isis, Wiracocha, Pachamamma o a otra deidad discriminada por el oficialismo mundial.
Al final, como establece el autor, puede decirse que nadie obliga al lector a comprar el libro o asistir a la función. Así que, si decide adentrarse en esta peculiar cuan entretenida cosa de teatro, será por un error cometido libremente. Ya percibida la falta cometida contra sí mismo, pierda su dinero o reclámelo, faltaba más.
Encuentre a Pepe Pelayo en su magnífica revista electrónica “Humor sapiens”, de acceso gratuito. Una compensación valiosa para quienes lean la obra de teatro. Una aportación para quienes sabemos que el humor es cosa seria.
Busque en Instagram @libros_de_ricardo