Hace poco releyendo un número de la revista Humor, que publica la Sociedad Internacional de Estudios del Humor a la que pertenezco, me encontré un artículo donde aparecía un estudio científico relacionado con la risa, llevado a cabo por una prestigiosa Universidad. Ahí se demostraba que en el mundo es relativamente alto el número de personas catagelofóbicas. También me sorprendió saber que en Europa es en el Reino Unido donde más abundan –proporcionalmente- estas personas, algo impensado conociendo la fama del humor inglés.
Recordé entonces que en uno de los talleres que impartimos mi colega Aramís Quintero y yo sobre crecimiento personal a través del humor, participó una mujer de unos cuarenta y tantos años aproximadamente, que poco a poco se fue confesando y llegó a decir que ella nunca había reído ni jugado de niña. Por eso es que no comprendía ni la teoría, ni las técnicas, ni los ejercicios, ni las recomendaciones que impartíamos en las sesiones de trabajo. Para nosotros fue una verdadera sorpresa encontrarnos con alguien con esas características. Pensamos que era un caso excepcional, insólito, porque nos fue difícil asimilar que una niña haya estado tan alejada del juego y el humor, del placer y la diversión sana, lógica y natural en la etapa infantil. Pero la severa y distorsionada formación que recibió de su familia tuvo la culpa. Entonces ella en vez de disfrutar el taller (se anotó para acompañar a su marido, que sí creía en el poder sanador del humor y la risa), se llegaba hasta sentir mal cuando era necesario reírse, cuando le exigíamos divertirse y romper con la solemnidad y gravedad con que concebía la vida. Fue duro el trabajo con ella, pero logramos que se relajara bastante y terminó disfrutando nuestra propuesta.
Sin embargo, según el artículo mencionado, nuestra tallerista es una más entre tanta gente con ese problema.
¿Qué significa esto? No quiero ser pesimista, pero en estos momentos me viene a la mente el reconocido autor portugués Eça de Queiros, cuando hace más de un siglo escribió su ensayo "La decadencia de la risa". Parece que desde esa época ya venía en picada “el buen humor”. ¿Será así? No lo dudo, porque el desánimo, el estrés, las preocupaciones, el exceso de responsabilidades, el exitismo, la competencia, el consumismo y otras yerbas malas crecieron mucho en el Siglo XX y se reafirman en éste.
Por mi parte, dentro de mi carrera en el humor, me he encontrado con algunos casos a destacar, sobre todo en el mundo relacionado con el libro. Por ejemplo, descubrí a los agelastos.
¿Quiénes son ellos? Gente siempre grave, hiperseria, pero no por enfermedad como los catagelofóbicos. Yo los conocí a través de Milan Kundera en su libro "El arte de la novela". Siguiendo esa pista supe que fue un neologismo introducido por Rabelais en la lengua francesa, de origen griego, que quiere decir: “el que no ríe, el que no tiene sentido del humor”. Supe que Rabeleis detestaba a los agelastos y les temía. Incluso supe que había estado a punto de dejar de escribir por cómo habían sido con él.
Pero continué rastreando el concepto y llegué a los antiguos griegos, que contaban que la gente que entraba en la encantada cueva de Trofonio, al salir nunca reían más. A esos que perdieron la risa les llamaban agelastos. ¿Una deidad infernal en esa cueva que convertía a esa gente en seriotes de por vida?
Quizás algunas madres, abuelas y también padres y abuelos, pero lo que es peor algunos profesores han pasado por la cueva de Trofonio, ya que no les recomiendan libros de humor a sus niños/as, porque desean formarlos como personas “serias”, “responsables”, como si “seriedad” fuera el antónimo de humor. Y van más allá afirmando que la mejor manera de motivar a leer un niño/a no lector es obligándolos a que lean libros que no les agradan. Pero como son libros “con grandes enseñanzas”, “con grandes valores”, se lo tienen que leer aunque sufran. Por supuesto, son de esos adultos que se infartan al ver a sus niños disfrutar con un libro “que los hace perder el tiempo”, ya que sólo los divierte (como si perder el tiempo así fuera sinónimo de ligereza, superficialidad y entonces, por supuesto, de humor, juego, alegría). Claro, esos adultos ignoran que el niño/a, al desarrollar el sentido del humor, también desarrolla el sentido crítico, el sentido común, la imaginación, la creatividad, y todo esa “enseñanza” le entra sin darse cuenta, por hacerlo a través del placer.
¡Por favor! Está demostrado que “la letra no entra con sangre”, ¡entra con risa!
Para desgracia de los agelastos, desde hace más o menos sesenta años los científicos están a toda máquina investigando y demostrando que el humor es la mejor medicina natural, pero también que el humor origina enormes beneficios cuando se aplica en campos como la pedagogía, la psicología, la empresa, las relaciones humanas, y un largo etcétera.
Pero no hay que acomodarse, al contrario, debemos estar alertas para que esos tontos graves no incrementen sus filas.
Quizás sean catagelofóbicos o agelastos, no importa cómo se nombren, lo importante es que son fundamentalistas, que lo mismo te pueden llevar a una guerra, que deformar un niño/a, que aprobar una ley inhumana, que hacer cualquier barbaridad.
Por eso hay que temerles, sobre todo si tienen poder. Pero a los sin poder, esos que sólo miran con recelo el placer, ya sea estético, lúdico o humorístico (placeres casi idénticos por lo demás), también hay que temerles, porque pueden hacer mucho daño igual.
La pregunta es: ¿qué más podemos hacer para que nuestros niños/as rían siempre de forma libre, sana y tengan la mejor calidad de vida, a pesar de la siempre amenzante presencia de estos agelastos y catagelofóbicos?
Se admiten todo tipo de propuestas docentes (y decentes).