El mexicano Münchhausen | Jerry Lewis: la aspiración lograda

Ricardo Guzmán Wolffer
Abogado, narrador, poeta, dramaturgo y humorista literario.
El mexicano Münchhausen | Jerry Lewis: la aspiración lograda

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A Lewis (EUA, 1926-2017) se le recuerda de muchas formas. Para el espectador de sus películas, shows en vivo o en televisión, es un comediante básicamente físico (casi la némesis de un eficaz Groucho Marx, cuyas muchas dotes de gag de pastelazo y bailes fársicos palidecían ante su apabullante humor verbal) que mejoró sus rutinas a lo largo de los años hasta llegar a la más aclamada, y aún vigente, “Profesor chiflado” (1963), como luego explotaría en shows en Las Vegas, como el primer cómico en llenar salas. Pero las razones de su éxito son más.

TÓTEM DE LA SUPREMACÍA GRINGA

Muchos actores han encarnado las aspiraciones de su país: según la época y el contexto, se le señala como lo que el público quiere para sí y para su país. A veces, coincide con la propaganda del gobierno, sea o no explicita. Lewis inicia al lado de Dean Martin con la película “Irma la dulce” (1949) y el éxito es inmediato. A lo largo de varias películas la pareja triunfa, hasta que cada uno toma su camino y juega su papel en el mundo hollywoodense.

Martin representa al hombre maduro que emerge de la posguerra y que tiene la confianza y el armamento para iniciar guerra e invasiones: es un país ebrio de poder, como pronto se adjudica el papel Martin y suele actuar en aparente (o muy franco) estado de embriaguez y como showman nunca deja el cigarro o el vaso que vacía a lo largo de su espectáculo, incluso durante su programa en televisión. Es políticamente correcto que ese hombre cuya madurez se hizo patente por contraposición ante el torpe y siempre supeditado personaje de Lewis, se evidenciara con los excesos en la bebida, el cigarro, las mujeres y, al lado de Sinatra y sus amigos actores-mafiosos-políticos, hasta el poder político dentro y fuera del mundo del espectáculo: Martin es el macho gringo, capaz de divertirse todo el tiempo, pero siempre funcional, incluso borracho, se decía entonces. Al lado está el aprendiz Lewis, quien juega el papel de las nuevas generaciones que con ese modelo enfrente habrán de salir adelante. Y fue cosa de tiempo para que Lewis se vistiera como Martin, fumara en escena y demostrara con sus películas y shows que había triunfado en el “american dream”: era el hombre que se hace a sí mismo, el “self made man” en un país que permite a los individuos llegar a la cima por propios méritos: Lewis conquistó la fama y el reconocimiento, más en Europa. Además, con la importante ausencia de la inamovible bebida de Martin: Lewis ha evolucionado en lo que hoy vemos como una adicción de su supuesto mentor. Mejor aún, Lewis fue un activista que durante décadas se preocupó por una causa social, la ayuda a personas con distrofia muscular, mediante la recaudación televisiva, lo que lo llevó a recibir en 2008 el Premio Humanitario Jean Hersholt de la academia de las artes de Estados Unidos. El mentor egocéntrico había dado paso a un alumno muy aventajado que había llenado de humor una causa muy seria, tanto el problema social como la multimillonaria recaudación lograda durante décadas.

            Las películas con Martin le sirvieron para aprender guionismo (poco a poco se apropia de sus personajes y rutinas), de dirección y hasta de manejo de personal y contratos; claro, además de su evidente talento interpretativo, especialmente sin oponentes verbales o físicos: sus mejores enemigos son los objetos y sus propias ocurrencias. Un año antes de separarse de Martin, los clowns del circo Barnum le premian como el mejor del año por sus filmes. Está listo para filmar solo. Después de que el mimo máximo de Chaplin cautivara a todo el mundo sin diálogos ni sonido, de que Laurel y Hardy reafirmaran que el cómico “mudo” es más universal que el más inteligente de los hablados, de que Keaton y Lloyd ratificaran que el límite de lo corporal-fílmico es la imaginación (y el presupuesto, claro está), la llegada de un nuevo rey de lo humorístico físico se esperaba. Ya con Hollywood como el mejor publicista del mundo cinematográfico, los “3 chiflados” fallan en comprender a la audiencia. Pero Lewis llega para llenar un nicho que tardaría décadas en ser siquiera alcanzado, menos superado. Su legado es visible en las distintas generaciones de actores: Carrey, Farrell, Sandler y muchos más. A partir de “El botones” (1960) comienza a dirigir y con el “profesor chiflado” llega a su propia cumbre: ya no es sólo el gesticulador que actúa la música o los ruidos de alguna máquina, ha perfeccionado sus rutinas. En “Profesor” canta y baila para evidenciar que el Dr. Jekyl y Mr. Hyde del que habla el filme son indisociables de la misma persona. Y en el caso de Lewis, del mismo personaje que encarna ese ideal gringo, el del artista que evoluciona en la comedia y la música, pero sin dejar de tener su lado amable y torpón. No es casual que al final de esta gran película, tengamos al Lewis torpe, ya casado con la hermosísima Stella Stevens, caminando a la luna de miel con una botella del tónico que le hace brotar la otra personalidad: la acepta y le saca partido. ¿Qué más podía pedir el gringo de la posguerra? En el éxito artístico, lo publicita y advierte que su destino lo marca él. Su cercanía con los Kennedy, su Teletón y la defensa de los derechos de los negros terminarán por afianzarlo en el imaginario gringo.

LA DURA REALIDAD

Luego del “profesor” la producción decaería en calidad y taquilla; habrían de pasar décadas para que volviera a filmar, pero con papeles secundarios ante notables directores como Scorsese y Kusturica. La película del primero, titulada “El rey de la comedia” (1982) mostraba a un antipático Lewis que era acosado, secuestrado y maltratado para que un De Niro igual o más antipático, mostrara las nuevas rutinas, con un “stand up” que elimina la torpeza física que hiciera grande a Lewis para acribillar al público con chistes sobre la violencia y la degradación personal. Y funciona: el público espera a ese desagradable Rupert Pupkin a que salga de la cárcel (por haber secuestrado a Lewis para poder actuar en su show televisivo) para volver a ver su siguiente rutina de “stand up”. Scorsese nos da el mensaje de que lo corporal, la combinación de música, canto y actuación corporal que dieran la fama a Lewis, habían llegado a su fin. Luego se reinventaría ese concepto en otros actores y contextos, pero nunca como perfeccionó Jerry.

En “El sueño de Arizona” (“Arizona Dream”) de Emir Kusturica (1993, EUA y Francia) Lewis apenas aparece y el humor que algún despistado esperaba de él brilla por su ausencia. Quien insista en la visión completista de sus actuaciones, tendrá aquí una peculiar despedida, pues la aparición es breve.

Su arte y su imagen de hombre de familia y liberal nunca lo dejarían, pero problemas con los estudios y una sociedad modificada por la guerra fría y los conflictos de Corea y Vietnam hicieron innegable que sus mejores tiempos se habían ido. Incluso su ausencia como hombre de humor obedecía al sentir popular: películas y series de TV más críticas y políticamente incorrectas habían llegado. El alud de guarradas, con chistes intencionalmente ofensivos o sexosos (“picantes”, dirían algunos) muchas francamente disfrutables, que tenuemente empezaron en los 70 con películas como “Mash” (1970, Robert Altman, EUA) o “El gato Fritz” (1972, escrita y dirigida por Ralph Bakshi, EUA. Basada en el cómic de Robert Crumb), y que evolucionarían hasta decantar en una vertiente de caricaturas para adultos que después serían un reto incluso para los más duros en tolerar burlas sucias, eran una muestra de la evolución (o involución, cada quién opinará) que claramente estaba fuera de la concepción humorística de Lewis. Todo ello evidenció que el humor de Lewis había quedado en el pasado.  Pero las actividades filantrópicas de Lewis durarían décadas.

            Su éxito y permanencia tienen más explicaciones que los filmes que lo confirman como un cómico único y de gran influencia artística.

 

 

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Jerry Lewis: The Aspiration Fulfilled

By Ricardo Guzmán Wolffer

 

Lewis (USA, 1926–2017) is remembered in many ways. For viewers of his movies, live shows, or television appearances, he is mainly a physical comedian (almost the nemesis of the highly effective Groucho Marx, whose many talents for slapstick gags and farcical dances paled before his overwhelming verbal humor) who improved his routines over the years, reaching his most acclaimed and still celebrated work, The Nutty Professor (1963), a success he would later replicate in Las Vegas shows as the first comedian to fill theaters. But there are deeper reasons behind his success.

TOTEM OF AMERICAN SUPREMACY
Many actors have embodied their country’s aspirations: depending on the era and context, they represent what the public wants for themselves and their nation. Sometimes, this coincides with government propaganda, whether explicitly or not. Lewis began alongside Dean Martin with the film My Friend Irma (1949), achieving immediate success. Over several films, the duo thrived, until they eventually went their separate ways, each carving a role in Hollywood.

Martin represented the mature man emerging from the postwar era, confident and armed for new wars and invasions: a country drunk on power, embodied in Martin’s persona, who often appeared visibly intoxicated, always with a cigarette or a drink in hand throughout his performances, even during his television show. Politically correct for the time, Martin’s maturity stood in stark contrast to Lewis’s clumsy and submissive character, with Martin’s indulgences in drinking, smoking, womanizing, and even political power—surrounded by Sinatra and the infamous Rat Pack—highlighting him as the quintessential American male: perpetually partying yet still functional, even when drunk, as the narrative went.

Next to him stood apprentice Lewis, playing the role of the new generation that would have to rise with such a model before them. It was only a matter of time before Lewis would dress like Martin, smoke onstage, and demonstrate through his films and shows that he had achieved the "American Dream": the self-made man in a land where individuals could reach the top through merit alone. Lewis conquered fame and recognition—especially in Europe. Moreover, without Martin’s inescapable alcohol addiction: Lewis evolved beyond his supposed mentor’s flaws. Better yet, Lewis became an activist, dedicating decades to the cause of helping people with muscular dystrophy through televised fundraising efforts, culminating in his receipt of the Jean Hersholt Humanitarian Award from the U.S. Academy of Motion Picture Arts and Sciences in 2008. The egocentric mentor had given way to a highly accomplished student, who had infused humor into a very serious cause—both the social issue and the multimillion-dollar fundraising achieved over decades.

The films with Martin served Lewis to learn screenwriting (gradually taking control of his characters and routines), directing, and even staff management and contract negotiation—beyond his obvious acting talent, especially in the absence of verbal or physical opponents: his best enemies were props and his own antics. A year before splitting from Martin, Lewis was awarded Best Clown of the Year by the Barnum circus for his films. He was ready to make movies on his own.

After Chaplin’s supreme silent mime captivated the world, after Laurel and Hardy reaffirmed that silent comedy was more universal than the smartest dialogue-driven one, and after Keaton and Lloyd demonstrated that the limits of physical comedy were only imagination (and, of course, budget), a new king of physical humor was eagerly awaited. With Hollywood as the greatest film promoter, the Three Stooges failed to truly connect with audiences. But Lewis filled a niche that would take decades to even approach, let alone surpass. His legacy is visible across generations of actors: Carrey, Farrell, Sandler, and many more.

Starting with The Bellboy (1960), he began directing, and with The Nutty Professor, he reached his personal peak: no longer just a gesturer acting out music or machine sounds, he perfected his routines. In The Nutty Professor, he sings and dances to show that Dr. Jekyll and Mr. Hyde are inseparable sides of the same person. And in Lewis’s case, of the same character embodying the American ideal: the artist evolving in comedy and music, while retaining a kind-hearted, clumsy side. It’s no coincidence that at the end of this great film, we see the awkward Lewis, married to the stunning Stella Stevens, walking off to his honeymoon with a bottle of the tonic that unleashes his alter ego: he embraces it and makes the most of it. What more could postwar America have asked for? Through artistic success, he advertises and affirms that he shapes his own destiny. His ties to the Kennedys, his Telethon, and his defense of Black rights would further cement him in the American imagination.

THE HARSH REALITY
After The Nutty Professor, the quality and box office performance of his productions declined; decades would pass before he returned to film, taking on secondary roles under notable directors like Scorsese and Kusturica. In the former’s The King of Comedy (1982), Lewis plays an unlikable character who is stalked, kidnapped, and abused so that an equally or even more unlikable Robert De Niro character can perform his stand-up routine—a style that abandoned the physical clumsiness that had made Lewis great, instead bombarding audiences with jokes about violence and personal degradation. And it worked: the audience eagerly awaited the unpleasant Rupert Pupkin’s next stand-up act after his release from prison. Scorsese’s message was clear: the physical blend of music, dance, and comedy that had propelled Lewis to fame was over. Although reinvented by other actors and contexts, it would never again be perfected as Lewis had done.

In Emir Kusturica’s Arizona Dream (1993, USA and France), Lewis’s appearance is brief, and the humor that nostalgic viewers might expect is absent. For those seeking a complete view of his career, this offers a peculiar farewell.

His art and image as a family man and liberal never left him, but conflicts with studios and a society transformed by the Cold War and the Korean and Vietnam Wars made it undeniable that his best days were behind him. Even his absence from the comedy scene reflected popular sentiment: films and TV shows became increasingly critical and politically incorrect. The wave of crudeness, with intentionally offensive or risqué jokes (some would call them "spicy"), often very enjoyable, that began tentatively in the ’70s with movies like MASH* (1970, Robert Altman, USA) or Fritz the Cat (1972, written and directed by Ralph Bakshi, USA, based on Robert Crumb’s comic), evolved into a trend of adult cartoons that would challenge even the most tolerant viewers, signaling a clear departure from Lewis’s style of humor. It was evident that Lewis’s humor belonged to the past.

Nonetheless, his philanthropic work would last for decades.
His success and enduring influence have far deeper roots than just the films that confirm him as a unique comedian of great artistic influence.

 

(This text has been translated into English by ChatGPT)

Copyright © Ricardo Guzmán Wolffer. Publicado en Humor Sapiens con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.