Apuntes sobre el humor, los niños y lo infantil

Luis M. Pescetti
Escritor, músico y humorista literario, escénico y musical argentino.

“… Apolo prometía seguridad: «Comprende tu condición como hombre; haz lo que el Padre te dice, y estarás seguro mañana». Dionisio ofrecía libertad: «Olvida la diferencia y hallarás la identidad»… era un dios del goce… Y sus goces eran accesibles hasta a los esclavos… un dios del pueblo… hace posible que uno, por un breve tiempo «deje de ser uno mismo», liberándole de este modo… porque fue en esta época cuando el individuo, como el mundo moderno lo conoce, empezó a emerger de la antigua solidaridad de la familia y encontraba difícil de llevar la carga de la responsabilidad individual, a la que no estaba acostumbrado. Dionisos podía quitársela de los hombros…”

Los griegos y lo irracional, E.R. Dodds, Ed. Alianza Universidad.

Portate bien

Hace varios años, en distintas listas de Internet, colgué un mensaje pidiendo que me enviaran frases que recordaran de sus padres. La siguiente enumeración reúne las respuestas que llegaron desde: Estados Unidos, Inglaterra, Francia, México, Argentina, Chile e Italia.

  • No rompas.
  • No te toques.
  • Pórtate bien.
  • Lavate las manos.
  • No grites.
  • Callate.
  • Hacé los deberes.
  • No vuelvas tarde.
  • Hablá correctamente.
  • Correte (quítate)
  • Vestite bien.
  • Ordená tu cuarto (tus libros, tus juguetes, etc.), sé ordenado.
  • ¡Cuidado! ¡No te caigas!.
  • Bajate de ahí.
  • No toques eso.
  • Cuidá a tu hermano.
  • Saludá a la señora (señor, tía).
  • Da las gracias.
  • No me contestes.
  • Mirame cuando te estoy hablando (prestame atención cuando te…).
  • No hablés con la boca llena.
  • No mientas.
  • Decí la verdad.
  • No comas con las manos.
  • No seas chancho.
  • Caca, eso no se toca.
  • Estate quieto.
  • Lavate las manos antes de comer.
  • Acabate el plato, cometelo todo, acuérdate de los niños que pasan hambre.
  • Usa el tenedor como te dije.
  • Pipí y a la cama.
  • Haz las paces con tu hermano.
  • No que luego no comes.
  • Qué tienes en la mano, trae eso acá, déjame ver. habla en voz alta que te oiga.
  • Pide perdón.
  • No te metas los dedos en la nariz.
  • Los niños no lloran.
  • Juega con tus primos.
  • ¿Verdad que tu sí le haces caso a tu mamá? (a un amigo delante de nosotros).
  • ¿Así le contestas a tu mamá?
  • A mí no me gusta regañarte.
  • Te ves muy feo cuando lloras.
  • Mira como tu primo sí come.
  • Eso no es juguete.
  • Comé la sopa caliente.
  • Abrigate que hace frío.
  • Andá a darle un beso a tu abuela/o, tíos etc.
  • Limpiate los zapatos.
  • Deja de molestar, que ya fuiste al baño una vez.
  • Te lleno la cara de dedos.
  • No te muerdas las uñas.
  • No se canta en la mesa.
  • Saca los codos de la mesa.
  • No aceptes nada de un desconocido.
  • Y tu mamá ¿sabe que estas acá?
  • Comé con pan, andá ¿qué te cuesta?

Bastaría con afirmar: de eso se defienden y se ríen los niños, pues cuando uno lee textos de humor infantil, aparece la rebelión contra esos mensajes, la reacción de lo que en nosotros se resiste a ser “normalizado”. Por decirlo de otra manera: esas son algunas de las frases que se le dicen a los niños y buena parte del humor infantil es la respuesta a ellas (o lo que los niños responderían).

Para inventar textos a partir de estas expresiones, podríamos hacer lo mismo que sugiere Rodari(1): aprender a oír y seguir las resonancias interiores que cada una de estas expresiones nos provocan. Escuchar los ecos escondidos de estas palabras.

Constantemente estamos bombardeados por distintos tipos de “restricciones”, imposiciones, situaciones de autoridad. El humor es una manera simbólica o real de vencer o burlar esa autoridad, trastocar sus reglas, desobedecer sus mandatos. Por decirlo rápido: simbólica cuando no obra en la esfera del “malo” (éste ni se entera pero nosotros nos sentimos aliviados). Real cuando tenemos que saltar por la ventana o levantan un programa de tv o secuestran una revista, por “exceso de sátira”.

El héroe cómico nos libera del peso de la autoridad, de cumplir con planificaciones y órdenes. Su humor se dispara cuando la autoridad se convierte en dogma y el punto de vista en una manera excluyente de ver las cosas. Subvierte los valores, haciéndonos reír de lo que nos preocupaba y volviendo importante lo que era trivial. Genera una porción de caos en la que es posible “barajar”, mezclar las cartas de nuevo y, entonces, el eterno vencido es superior a su eterno vencedor. En ese momento de burla, él le gana a todas las hazañas pendientes de cumplir y a todos los malos que quedan por vencer. Nos da un poco, o mucho, de victoria cuando se ríe de un poderoso, ya que ni el más poderoso está a salvo del chiste. Con el chiste es como si dijéramos: “Afuera gobiernan tus reglas, pero adentro mío estoy libre de tÍ”. Desde esta óptica puede formar parte del juego democrático. En el sentido que se ocupará de señalar los errores y excesos de la autoridad en turno.

¿De qué se ríen los chicos?

Esa es la primera pregunta que debemos hacernos, junto a ¿hay un humor que es el humor de los niños y “otro humor” que es el de los adultos(2)? Los niños se ríen:

  1. De rebelarse contra la autoridad, así estén representados por:
    • una persona.
    • una institución.
    • una regla de comportamiento (incluye los límites).
    • valores impuestos.
      En esta categoría podemos incluir:
    • De invertir los roles (la “inversión” es un mecanismo básico del humor)
    • De trastocar “las cosas tal como son” o se las conoce (en procedimiento y contenido):
      • convenciones sociales.
      • principio de realidad.
      • formas lógicas.
      • reglas de lenguaje.
      • De jugar aludiendo, o modificando, cosas conocidas:
  2. De lo que da miedo (desafiarlo, vencerlo, real o simbólicamente, humillarlo):
    • autoridad.
    • “enemigos”.
    • enfermedad.
    • accidentes (humanos, naturales).
    • muerte.
    • fuerzas desconocidas, ocultas, mágicas.
    • abandono.
    • rechazo (exclusión).
  3. De “castigar” la falla (humillar el error).
    Paradójicamente, así como necesitamos librarnos de una autoridad, de una regla, o de determinado poder, también nos burlamos del que falla con respecto a esas convenciones, usos o “normalidades”.
    • en el cuerpo: accidentes, achaques de la edad, enfermedades, deformaciones, etc.
    • de la mente: locos, bobos, distraídos, etc.
    • del carácter: inadaptados sociales (borrachos, prostitutas, mal—humorados, hippies).
  4. De la pérdida de control (trabalenguas, juegos rítmicos).
  5. De un campo más general al que podríamos llamar lúdico, donde lo que parece predominar es el goce en sí mismo. Un momento de expansión, libertad, sumamente placentero; sin dialéctica con la autoridad o una norma (al cual ya se hizo referencia en La Mona Risa, al dar el ejemplo del Discurso del oso de Cortázar).

En realidad esos son motivos de risa idénticos a los de los adultos, no hay dos tipos de comicidad. A medida que se crece, lo cómico no varía en su naturaleza, sino en matices, temática y complejidad. Al tratar de comprender el humor infantil se despejan aspectos de lo cómico en general, y viceversa.

Lo que varía es el grado de complejidad de la información y la complejidad de las reglas puestas en juego; si se trata de una inversión o una exageración, en los adultos será más complicada o abstracta, o sobre datos que no se manejan en la infancia; pero no responden a dos órdenes completamente diferentes. Desde el punto de vista de los mecanismos, también es uno solo.

¿Por qué les atraen tanto los chistes?

La respuesta más simple es: por lo mismo que a los adultos, porque divierten, causan placer y permiten burlarnos de algo que nos pesa o preocupa, con lo cual dan cierta sensación de superioridad en relación a lo burlado, invierten una relación que nos desfavorecía. Pero, cuando se trata de niños, esa respuesta es insuficiente.

El humor está muy ligado al juego. Para que surja lo cómico la persona tiene que poder jugar con ideas y elementos y disponerlas de otro modo. El humor, al igual que el juego, se da en un terreno de “como si”. El juego es una manera de conocer y discurrir el mundo, los chistes pueden ser una manera de conocer y discurrir las reglas del mundo y las reglas del lenguaje. ¿Por qué? Lo veremos más claro si nos planteamos: ¿Qué hace falta para que nos riamos? Para que haya risa tiene que haber un conocimiento mínimo, de contexto, de reglas de comportamiento y de lenguaje, de cómo es “lo normal”, de saber si algo es adecuado en un momento. Sólo si está ese conocimiento, ya seamos el que lo hace o el que lo recibe, es posible reírse cuando algo se trastoca, se pone patas para arriba.

Lo humorístico, desde el punto de vista de quien lo produce, surge cuando intencionalmente ponemos algo patas para arriba, demostrando con eso que tenemos tanto dominio que lo presentamos al revés porque sabemos cómo se presenta al derecho. Acá podemos hacer una distinción: puede haber risa sin que haya humor (cuando nos hacen cosquillas), y puede ser gracioso sin que haya humor (si alguien se cae, podemos decir que fue gracioso, pero difícilmente podamos decir que fue humorístico). Para que haya humor, tiene que haber una intencionalidad por parte de quien lo produce. Intencionalidad que implica cierto dominio, control, conocimiento.

En caso de que el trastocamiento se produzca sin intención (una caída, algo que se nos resbala, decir una palabra por otra) nos resultará gracioso si es una pérdida de control de algo que normalmente controlamos. No es lo mismo caerse si uno camina bien que si uno tiene un problema motriz. No es lo mismo equivocar una pequeña parte de un discurso que decimos bien, a que todo el discurso sea un desastre. Tampoco es lo mismo si esa falla no nos expone gravemente a que si por esa falla sufrimos una pérdida importante.

Que es necesario cierto conocimiento (aún cuando las condiciones no sean de peligro y nuestras capacidades estén bien) se ve claramente cuando viajamos. Siempre que somos extranjeros quedamos un poco niños ante ese mundo nuevo. Es una buena relación esa de niño—extranjero. Al estar de viaje a veces nos ocurre que no logramos entender por qué se ríen de determinado chiste, o qué gracia le encuentran a un programa de televisión. Aún cuando dominemos perfectamente el idioma, sucede que no lo captamos porque nos falta contexto, información, conocimiento de sus códigos, de su idiosincrasia (entonces nuestros anfitriones hacen de “traductores” nos explican todos los pormenores del caso hasta que, por fin, o bien nos reímos del chiste o bien la explicación estuvo tan larga que le quitó la gracia). A los niños les sucede lo mismo en este mundo que están conociendo, al que llegan un poco extranjeros y paso a paso van dejando de serlo. Les falta, al igual que a un extranjero, contexto, información, dominio de todos los sentidos de las palabras y expresiones, etc. Es así que, cuando se ríen de un chiste, es porque entienden la cosa “al derecho” y luego por eso se pueden reír de la cosa “al revés”.

Un chiste encierra una poderosa unidad de sentido, y es por eso que cuando el niño se ríe lo hace, además, del placer que le produce darse cuenta que comprende, que domina algo. El humor se hace más profundo cuando el manejo del sentido también se hace más complejo. Uno puede observar cómo evolución las situaciones que causan gracia. Desde el esconder algo y hacerlo aparecer (¡Se fue! ¡Acá está!) pasando por la simple trastocación de un orden (jugar a decirse: “Sos una manzana con patas”, “sos una bicicleta podrida”, o bien: “vamos a guardar la raqueta en la heladera”) hasta cuando ese orden se trastoca con algún sentido.

Fomentar el humor, entonces, además de implicar ese conocimiento del mundo, y su gozo, es una manera elaborada de trabajar el lenguaje. Enseña a hacer una segunda lectura, ya que los chistes se basan en oscilar entre dos interpretaciones posibles.

No sólo

Pero hemos hecho tanto énfasis en “entender” que es bueno aclarar algo: sólo los adultos creemos que lo que más les interesa a los chicos es “entender todo”. Lo que más les importa es participar, estar en el medio de todo, aún cuando no entiendan cabalmente todo. Sin duda que una parte trascendental en la vida es la de dotar de sentido a una experiencia; pero eso, en la escuela, muchas veces se confunde con “entender” como “captar un concepto”. El sentido de la experiencia, o mejor aún: “las experiencia significativa” es algo sumamente extenso, complejo y profundo, que va más allá de “entender todo”. O sea que al ya mencionado placer de conocer el mundo y sus reglas, debemos agregar el de actuar en el mundo. Habíamos señalado que, al placer del chiste en sí, se agrega el placer de entender, y ahora extendemos esa idea: al placer del chiste en sí, se agrega el de participar, ser protagonistas.

Finalmente: el humor es una de las herramientas para tomar distancia de nosotros mismos, de nuestra comunidad, nuestra cultura, y gracias a ese ejercicio de descentralización poder ser críticos y adoptar otros puntos de vista. Como señala Todorov(3)… para proceder al necesario extrañamiento, o renuncia a las ilusiones egocéntricas y etnocéntricas, hay que aprender a alejarse de sí, a distanciarse de las propias costumbres viéndolas desde el exterior. También librarnos de una visión tan egocéntrica que nos hacía sufrir al no tolerar diferencias y frustraciones.

El trabajo con el humor, entonces, tiene un valor singular, en parte porque brinda elementos para ser críticos con la autoridad. En parte porque es lucidez asociada a la alegría, al placer; y también porque es sensibilidad que toma distancia de sí misma (implica un ejercicio de distanciamiento), lo que le permite desdramatizar la experiencia, relativizar la anécdota, relativizar incluso el propio punto de vista y por lo tanto obrar con la libertad que eso significa.

Notas

  1. Gramática de la fantasía, Gianni Rodari.
  2. Para precisar cómo uso estas dos palabras: “niños” e “infantil”: El “pensamiento infantil” existe, por supuesto, también un modo infantil de ver el mundo. Tanto ese pensamiento como esa visión del mundo tienen sus reglas propias, su clave. Si creamos obras en esa clave, estaremos en el terreno de “lo infantil”. Pero ese terreno no es exclusivamente el de “los niños”. “Lo infantil” no es igual a “los niños”, y “los niños” tampoco es exactamente lo mismo que “lo infantil”. Hay una edad en la que predomina el pensamiento infantil, pero incluso en esa edad no predomina totalmente, como luego tampoco desaparece totalmente. Un niño siempre va a tener una edad determinada, el mundo infantil no: es una clave, son reglas, son modos de hacer y de ver. Uno puede dirigirse al mundo infantil, pero al mundo infantil universal, al que está en el adulto, en el adolescente. (“Taller de animación musical y juegos”, Luis María Pescetti, Ed. Guadalupe, o Ed Libros del Rincón).
  3. Tzvetan Todorov.. Ed. Taurus (España).
Copyright © Luis Pescetti. Publicado en Humor Sapiens con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.