El mexicano Münchhausen | El humor en la ciencia ficción mexicana al cambio de cambio de milenio

Ricardo Guzmán Wolffer
Creador y estudioso de la teoría y la aplicación del humor.
El mexicano Münchhausen | El humor en la ciencia ficción mexicana al cambio de cambio de milenio

Article in English

 

Seguro que en las literaturas, subliteraturas, géneros, contragéneros, corrientes, meinstrim, underground, y todo eso que se puede leer, hay una vena humorística, y que es característica en cada país o época. Seguro.

Y en la ciencia ficción sucede igual. Bastaría citar a Frederic Brown y su novela de los marcianos fisgones y latosos que más parecen inspectores fiscales o sanitarios en busca de un ingreso extra, que propiamente habitantes de otros mundos dispuestos a confrontar a la humanidad con sus propias miserias y enigmas existenciales.

Pero la veta humorística en México, según el gusto, es eficaz y de alta alcurnia conceptual, como ¿demostraré? en este breve cuanto demostrativo viaje introspectivo que cual vuelo de pájaro en plena noche, nos dejará convencidos de que en México hay tela de donde cortar, sólo falta que el lector pueda hacer las veces de sastrecillo valiente y pronto verá lo que es bueno.

Y conste que cuando me refiero al humor, no precisamente tiene que ver con lo simpático o corrosivo de los textos, sino que hay anécdotas o situaciones que quizás a los sufridos protagonistas de la vida real no le hubieran parecido tan divertidos, como ahora puede serlos para nosotros, caros lectores de la posmodernidad dizque democrática. Miren que si de poder se trata, nadie dudaría en que la Santa Inquisición (la original, no vaya usted a creer que voy a quejarme de cómo la censura, por falta de humor, ha caído sobre algunos de mis textos; a menos que decida continuar leyendo este texto, es verdad) la madre de todos los poderes represores eclesiásticos, sería un ente tan poderoso y solemne que en apariencia nada tendría que hacer relacionada con la literatura CFM (algunos lo leen como Ciencia Ficción Mexicana; otros como los CienciaFiccioñeros Más peores, usted escoja la que le parezca más descriptiva de su autor favorito). Bueno, pues resulta que el primer texto que se considera de CFM, según dan notas los notables cronistas del género[1], es del curita Manuel Antonio de Rivas con sus Sizigias y cuadraturas lunares. Lo humorístico del asunto son los problemones que le causó con la citada Inquisición (tan santa como la novela de Federico Gamboa[2]) por andar divagando sobre matemáticas lunares. Algo que ahora suena a chiste, pero que no lo sería tanto con la posibilidad de pasar por las mazmorras del entonces Tlaxcoaque[3] eclesiástico. Lo dicho, que el humor puede ser involuntario, porque al curita este al final lo perdonaron por motivo de su edad avanzada. Hoy podríamos decir que, simplemente, se trataba de las divagaciones de un senecto.

Entre Julio Torri (“La conquista a la luna”, 1917), Eduardo Urzaiz (“Eugenia”, 1919), que se tomaban todo muy a pecho, hasta la literatura de supuesta franca chacota de los primeros contemporáneos hubo cualquier cosa menos humor. Y las excepciones confirman la regla: Carlos Olvera con sus “Mejicanos en el espacio”. Y para esos que se ríen por nervios, habría de recomendárseles “Su nombre era muerte” de Rafael Bernal, indudablemente más conocido por su “Complot Mongol” (que hasta películas le hicieron, la última francamente dañina para el buen Bernal, ni se diga para el realizador); donde un briago a media selva platica con los mosquitos, seres inteligentes capaces de planear la conquista del mundo, sobre cómo puede jalar más un par de senos que un par de caballos para que enamorados fallidos como él decidan cambiar de domicilio laboral, condición conyugal y hasta de preferencias sexuales (antes prefería tener sexo  heterosexual diario, ahora prefiere simplemente tener sexo heterosexual -hay que especificar cuando un hombre calenturiento está en zona de fauna diversa-). Es muy seria esa trama, pero cada tanto uno se ríe de pensar qué estaría bebiendo el pobre personaje que hasta el lector llega a decir que sí, que realmente los moscos son los dueños del mundo. Claro, había revistas como “Duda”, en papel casi listo para envolver tortas, que trataban los más variados temas (extraterrestres, seres demoníacos que salían a pasear en las noches, capacidades metahumanas contemporáneas y otras más simples de imposible comprobación y mucho escándalo) en forma tal que algunos sospechamos durante años que se trataba de una revista de humor y casi llegamos a estar ciertos de la propia estulticia al aceptar la incomprensión de tales publicaciones que lo mismo hablaban de cómo diablillos invisibles dejaban huellas por todo un pueblo, que cómo podrían estar de ojones los extraterrestres que adelantaban el secuestro express para llevarse terrícolas a pasear gratuitamente ya por otros planetas, ya por los hospitales siquiátricos locales.

 El desenfado abierto comenzaría a llegar con autores irreverentes, sobre todo el altamente recordado Héctor Chavarría con su ya clásico cuento de “Cómo El Roñas y su mamá salvaron al mundo” sobre un par de vendedores ambulantes de Tepito[4], quienes con un poco de cemento, marihuana y unos tacos de carne de perro salvaron al mundo de la invasión marciana -intoxican a los invasores de diversos modos-, para luego deshacer la nave marciana y venderla por partes. Conste que en los sesenta Jodorowsky y compañía hacían de las suyas en la CFM, pero más que humor se manejaba un concepto del futuro como esperanza, así que nos brincamos a tales autores (como a muchos otros, es verdad, desde mi tocayo Guzmán hasta Dornbernier o el valedor Mojarro, y ni se diga a los ahora imprescindibles Pacheco y Elizondo) que aquí lo que se trata es hablar de lo humorístico. Y conste que estamos en lo literario, que si me extiendo a lo fílmico (Resortes y Keaton contra las hermanotas Velásquez y sus rostros perfectos; el Piporro y los monstruos; Tin-tán y sus fantasías dancísticas; etc.) pues no acabo.

Luego ese desenfado se tornaría cada vez más negro o esquizofrénico. Autores como Pepe Rojo o Aldo Alba mostrarían, cada quien con su estilo, que el humor podría hacernos temblar. Rojo y sus cuentos clasificados de terror o macabros, tienen un toque ácido que mueve a la risa por desesperación. Caso similar es el de Alba, coeditor de revista “Asimov” en su versión mexicana por años, quien gusta de burlarse del lector y sus preferencias pornográficas. Ese humor de desencanto permeó a las nuevas generaciones. Gerardo Sifuentes, con su impecable libro “Perro de luz”, dejó ver que la realidad misma es risible con sólo retratarla. Y aún así se llenó de premios. El humor se llevó al extremo del albur y la leperada fácil, con el peor machismo y misoginia posible, en “Sin resaca y pariendo entre México y Florencia” del que esto escribe. Novela no muy apreciada por varios distribuidores en su primera edición (más de 25 años de eso), pero cuyo contenido ha resistido el paso del tiempo y al publicarse este artículo la nueva edición (ya con los aparatejos contemporáneos; o sea actualizada, revisada y bien buenísima) estará en Amazon para ser comprada en formatos diversos. Como también sucedería con la novela por entregas “La saga de la verija voladora”, que terminó por molestar en Gobernación en su entrega inicial en la revista “Biombo negro”, lo que ocasionó que se negara la licencia de licitud de contenido (así se llamaba, no crea, incrédulo lector, que estoy inventando ese trámite de la historia mexicana del siglo XX) conllevando a la ruina a la citada revista. Tema que hasta la fecha se me sigue reprochando por parte de aquellos literatos coparticipantes de tal publicación que han sobrevivido al cambio de milenio. Y todo porque en el primer capítulo publicado el Sepu, precario policía investigador, gustaba de practicar la necrofilia con los cadáveres recuperados en las pesquisas de homicidio, al caso respecto de un cuerpo desmembrado o, dirían en México, hecho cachitos. Para demostrar el adagio machista que dice que hasta muertas son un problema las mujeres, del cadáver se desprenden los labios vaginales (“verijas”, precioso anacronismo referido originalmente a la parte masculina propia para la reproducción, pero que por extensión se hizo referencia a la pista de aterrizaje del citado avión viril), mismos que se transforman en un muy peculiar quiróptero para insertarse en la cuenca ocular izquierda del sufrido profanador de cuerpos (reventándole el ojo, se comprende) para darle visión infrarroja y otros superpoderes como la posibilidad de arrojar eructos atómicos; todo ello bajo la posibilidad de tener un extraño contacto telepático entre hombre y vagina; mismo que, como era de esperarse para seguir con el machismo, funcionaba en un solo sentido porque los labios vaginales tampoco le hablaban al Sepu. El meollo del asunto deriva del enfrentamiento entre los policías del futuro, capaces de tener una aeropatrulla (lo que no impide que se la grafiteen incluso cuando la estacionan contra la pared de un edificio a varios pisos de altura), contra una vampira importada del lejano oriente y sus súbditos, callejeros chupadores[5] que viven en las banquetas o entre la basura, que por extensión semántica sirve para denominar a los vampiros clásicos emparentados con el Drácula de Stoker (unos beben-chupan sangre, otros beben-chupan bebidas etílicas). Todo este cóctel psicodélico debidamente aderezado con las peores expresiones de albures de doble sentido, groserías cultas o francamente populares a tal grado que se requiere un estudio lingüístico para medio entender lo que quiso decir la runfla del peladaje[6]. Es decir, estamos ante el producto inmisericorde de un franco hocico impropio de la real academia de la lengua mexicana, con un producto majaderamente generalizado que mi santa madre, que en paz descanse, jamás recomendó a sus amigos o familiares. En su primera edición (hace más de 20 años), intervino una beca federal para que una editorial libertaria y de mucho ímpetu humorístico pudiera sacar el primer libro completo. La broma viene porque si originalmente el estado mexicano intentó acallar mi libro, posteriormente el propio estado mexicano se dedicó a distribuir el texto a través de la entonces distribuidora oficial Educal; para más inri, se distribuyó en librerías localizadas en importantes lugares oficiales como el palacio de Bellas Artes, el aeropuerto internacional y similares. Por si esto no le hace gracia, paciente lector, los libreros tuvieron a bien colocar la verija voladora en el área de literatura infantil por el simple hecho de que la portada tenía una viñeta muy divertida. Como puede suponerse, apenas se vendió el libro en tales recintos de la cultura mexicana.

Ante el masoquismo de alguno de mis lectores, quien me pidió que escribiera la continuación del primer libro, hice lo consecuente. Los mercaderes en general ya lo saben: el cliente siempre pierde la razón. Así, prácticamente 1/5 de siglo después escribí el segundo libro dónde, espero su comprensión, el Sepu y su superior jerárquico se convierten en los reyes de la alcaldía más horrible de la Ciudad de México para convertirla en el paraíso terrenal gracias al chingadazo que recibe el Sepu, lo que le permite utilizar el 100% de sus neuronas al mismo tiempo y lograr así el contacto con Dios para que con la mente, que todo lo puede, ya lo decía así El Héroe mexicano Kalimán, tenga la posibilidad de convertir lo feo en bonito, lo ignorante en sabio, lo insalubre en aséptico y lograr que incluso las mascotas más perniciosas puedan ser objeto de respeto y conservación ambientalista; pero, siempre hay un pero, un dragón de komodo es afectado para convertirse en un monstruo tipo Godzilla que, a punto de morir por los golpes de nuestro héroe con ojo de vagina, defeca 7 seres iguales a él, pero de tamaño reducido, no vayan a pensar que todo es una exageración, para lograr una metáfora casi bíblica de los pecados capitales que serán, por supuesto, vencidos por el hombre de la chocha ocular. Si no le encuentra el humor guarro a los 2 libros que inician con una violación a un cadáver destrozado y que concluyen con una auto revelación espiritual purificadora del hombre con la panocha de oro, pues francamente me rindo, querido lector. Por si todavía no se le antoja leer ese libro, donde se reúnen los 2 libros del Sepu y su ojo vaginal, incluí un testimonio de la directora de la revista “Biombo negro” además de haberme encontrado el oficio enviado por la revista para contestar la negativa hecha por escrito por la Secretaría de Gobernación, la más poderosa en su momento de la política mexicana y de donde solían salir los siguientes presidentes en aquel priismo lejano que, visto en retrospectiva, era de mucha risa, pero no por las razones correctas. O sea que, si no funciona como libro de humor, al menos funciona como testimonio de la censura mexicana en temas culturales. Otra broma en sí mismo, tomando en cuenta que el porcentaje de lectura en México es de un tercio de libro al año por persona, según las cifras oficiales, que siempre están infladas y omiten pronunciarse sobre las decenas de millones de mexicanos cuya preocupación por leer la obra de los premios nobel de literatura, es sustituida por el simple deseo de comer y llegar vivo al día siguiente sin saber leer ni escribir. De modo que negar la posibilidad de leer algo que le divierta al semilector promedio, es propio del humor negro: si antes no leían nada, ahora menos.

También hubo humor elegante, de mayor crítica social y no por ello de menor análisis, como “Espantapájaros” de Gabriel Trujillo Muñoz donse se contiene una deliciosa y disfrutable metáfora paranoica sobre los temores populares y cómo ver que son ciertos: mientras la gente se preocupaba hace unos lustros por un monstruos que muy rápido se añadió al imaginario mexicano: el chupacabras, terrible monstruo ahora asociado a uno de nuestros expresidentes que no se quiere ir de la política, Trujillo nos demuestra cómo todo se trata de un experimento genético que no pudo ser controlado.

Hablar de todos los autores que desfilaron en los noventa por las antologías de “Más allá de lo imaginado”, o por las páginas de “Asimov”, o por la heroica revista norteña “Umbrales”, comandada por Federico Schaffler, sería interminable, así que me limitaré a cerrar este texto con la novela más peculiar en esto del humorismo mexicano, imposible de repetir en ningún otro lugar del mundo: “Xanto, novelucha libre”, de José Luis Zárate. En Puebla regresa el Xanto para luchar contra todo tipo de monstruos, hormigas quemadoras. Para ello hace uso de sus piruetas bien conocidas. Y se pasea por toda la ciudad, como si fuera lo más normal. Entre Boris Vian y Eduardo Mendoza, Zarate construye un universo tan enloquecido como humorístico y paródico. Y cuidado con no reírse, que el Xanto es capaz de caerle, caro lector, acompañado de su creador Zarate, camaleón literario tan imprescindible como su compinche Porcayo, quien desde su inicial novela cyberpunk, “La primera calle de la soledad”, se fue haciendo hacia el vampirismo y cosas góticas.

El humor, como se puede ver, es cosa seria en México. Pregunten a los de Gobernación si no puede ser motivo de “requerimientos o sugerencias” (el caricaturista Rius cuenta que más de una vez se lo llevaron a pasear los policías en la patrulla para “sugerirle” que dejara en paz a cierto político o acabarían por llevarlo a un picnic con canapés muy peculiares). Pregunten a los lectores si no prefieren reír que llorar, que seguro lo harán al percatarse de todos los autores cómicos (no es de política el texto, aclaro) o humorísticos que se me fueron. Pregunten a los miles de lectores de la CFM. Por ahí debe haber alguno vivo.

 

[1] “Los confines Crónica de la Ciencia Ficción Mexicana”. Gabiel Trujillo Muñoz. Editorial Vid. México 1999.

“Expedición a la ciencia ficción mexicana”. Ramón López Castro. Editorial Lectorum. México 2001.

2 “Santa” habla de una provinciana que se convierte en prostituta en el México postrevolucionario. Un verdadero dramón, pero muy entretenida.

3 Célebre cárcel capitalina de principios de siglo XX, todavía en uso a finales de los 80.

4 Zona siempre señalada como delictiva, donde hoy se vende mercancía de ilegal importación y mala calidad, amén de ser sede de una célula delincuencial inmiscuida en narcotráfico, secuestro, extorsión y cosas menos lindas. Es lugar importante por ser donde se dio la última confrontación entre españoles e indios durante la conquista inicial, se dice.

5 En México se dice “chupadores” a los bebedores alcohólicos, especialmente a los que viven en la calle.

6 Bonita expresión derivada de la Revolución mexicana donde la gente más pobre era referida como “los pelados”, precisamente porque no tenían zapatos y solían raparse la cabellera para quitarse los piojos y demás insectos relacionados con la pobreza, vivir en la inmundicia y, aunque no lo crean, tallarse la cabeza unos a otros simplemente como una muestra de fraternidad; muy adecuada para quienes terminan tirados en la calle completamente borrachos y que unen sus cabezas para darse apoyo de equilibrio, moral y, quizás, por la falta de almohadas adecuadas.

 

Humor Sapiens recomienda más reflexiones en el podcast “Literartura y derecho (y más) del abogado, narrador, poeta, dramaturgo y humorista literario, Ricardo Guzmán Wolffer…

https://open.spotify.com/episode/0h2BdqsGSakPqWDSmwfL9u?si=eRuYC_aST1O6…

 

 

Imagen
amex1.jpg
Imagen
amex5.jpeg
Imagen
amex7.jpg

 

 

 

Humor in Mexican science fiction at the turn of the millennium

by Ricardo Guzmán Wolffer

 

Surely in literatures, subliteratures, genres, countergenres, currents, mainstream, underground, and all that can be read, there is a humorous vein characteristic of each country or era. Surely

And it is the same in science fiction. It would be enough to mention Frederic Brown and his novel about nosy, annoying Martians who seem more like tax or health inspectors looking for extra income rather than inhabitants of other worlds ready to confront humanity with its own miseries and existential enigmas.

But the humorous vein in Mexico, according to taste, is effective and conceptually refined, as I will demonstrate in this brief but illustrative introspective journey that, like a bird’s flight on a dark night, will leave us convinced that in Mexico there is plenty of material to work with — only the reader must act as the brave little tailor and will soon see what is good.

And let it be clear that when I refer to humor, it does not necessarily have to do with the likability or corrosiveness of the texts, but there are anecdotes or situations that perhaps the suffering protagonists of real life would not have found so amusing, as they might be for us now, dear readers of the supposedly democratic postmodernity. Consider that if power is at issue, no one would doubt that the Holy Inquisition (the original one, not that I am complaining about censorship for lack of humor falling on some of my texts; unless you decide to keep reading this text, it is true) — the mother of all ecclesiastical repressive powers — would be an entity so powerful and solemn that apparently it would have nothing to do with Mexican science fiction literature (some read it as Ciencia Ficción Mexicana; others as the Worst Mexican Science-Fictioners, you choose the one that seems most descriptive of your favorite author). Well, it turns out that the first text considered part of Mexican Science Fiction, according to notable chroniclers of the genre, is by the little priest Manuel Antonio de Rivas with his Sizigias y cuadraturas lunares. The humorous part is the huge trouble he caused with the aforementioned Inquisition (as holy as Federico Gamboa’s novel) for rambling about lunar mathematics. Something that now sounds like a joke but would not have been so funny with the possibility of ending up in the ecclesiastical dungeons of Tlaxcoaque at the time. As said, humor can be involuntary, because this little priest was finally pardoned due to his advanced age. Today we could say he was simply the ramblings of an old man.

Between Julio Torri (“The Conquest of the Moon”, 1917), Eduardo Urzaiz (“Eugenia”, 1919), who took everything very seriously, even the allegedly openly mocking literature of the first contemporaries had anything but humor. And exceptions confirm the rule: Carlos Olvera with his Mejicanos en el espacio. And for those who laugh nervously, I would recommend Rafael Bernal’s Su nombre era muerte, undoubtedly better known for Complot Mongol (which even had films made of it, the latest frankly damaging for good Bernal, let alone the director); where a drunk in the jungle chats with mosquitoes, intelligent beings capable of planning world conquest, about how a pair of breasts can pull more than a pair of horses so that failed lovers like him decide to change their workplace, marital status, and even sexual preferences (he used to prefer daily heterosexual sex, now he simply prefers heterosexual sex—it must be specified when a horny man is in diverse fauna territory). The plot is very serious, but now and then one laughs thinking about what the poor character might be drinking, to the point that the reader says yes, mosquitoes really are the masters of the world. Of course, there were magazines like Duda, printed almost on paper ready to wrap sandwiches, dealing with the most varied topics (extraterrestrials, demonic beings roaming at night, contemporary metahuman abilities and other simpler, impossible to verify, and scandalous ones) in such a way that some of us suspected for years it was a humor magazine and almost became certain of the sheer foolishness in accepting the incomprehension of such publications that talked about how invisible devils left tracks all over a town to how extraterrestrials might be so big-eyed that they advanced express kidnappings to take earthlings for free rides either to other planets or local psychiatric hospitals.

The open irreverence began to appear with rebellious authors, especially the much-remembered Héctor Chavarría and his now-classic story “How El Roñas and His Mom Saved the World” about a pair of street vendors from Tepito, who with a bit of cement, marijuana, and some dog meat tacos saved the world from a Martian invasion — poisoning the invaders in various ways — then dismantled the Martian ship and sold it in parts. It should be noted that in the 1960s, Jodorowsky and his companions were doing their thing in Mexican science fiction (CFM), but more than humor, a concept of the future as hope was dominant, so we skip those authors (as well as many others, true, from my namesake Guzmán to Dornbernier or Mojarro, and needless to say the now indispensable Pacheco and Elizondo) because here we are talking about humor in literature. And note that we are speaking of literature, because if I extended to film (Resortes and Keaton versus the Velásquez sisters and their perfect faces; Piporro and the monsters; Tin-Tán and his dance fantasies; etc.) I would never finish.

Afterwards, that irreverence would become increasingly dark or schizophrenic. Authors like Pepe Rojo or Aldo Alba showed, each in their own style, that humor could make us tremble. Rojo and his stories, classified as horror or macabre, have an acidic touch that moves one to laugh out of desperation. A similar case is Alba, co-editor of the Mexican version of the magazine Asimov for years, who enjoys mocking the reader and their pornographic preferences. This humor of disenchantment permeated the new generations. Gerardo Sifuentes, with his impeccable book Perro de luz, showed that reality itself is laughable just by portraying it. And yet he was filled with awards.

Humor was taken to the extreme of double entendres and easy crudeness, with the worst machismo and misogyny possible, in Sin resaca y pariendo entre México y Florencia by the author of this text. The novel was not well received by several distributors in its first edition (more than 25 years ago), but its content has withstood the test of time, and as this article is published, the new edition (now with contemporary devices; that is, updated, revised and very good) will be on Amazon to be purchased in various formats.

The same happened with the serial novel La saga de la verija voladora, which ended up annoying the Ministry of the Interior in its initial delivery in the magazine Biombo negro, resulting in the refusal of the license of content legality (yes, that’s what it was called; don’t think, skeptical reader, that I’m inventing this part of 20th-century Mexican history), leading to the ruin of the said magazine. This topic is still reproached by some literary co-participants from that publication who survived the turn of the millennium.

All because in the first published chapter, Sepu, a precarious police investigator, liked to practice necrophilia with the bodies recovered from homicide investigations — in reference to a dismembered body or, as they say in Mexico, cut into pieces. To demonstrate the macho adage that even dead women are a problem, the labia (referred to colloquially as “verijas,” an anachronism originally referring to male reproductive organs but extended metaphorically here) detach from the corpse and transform into a very peculiar bat to insert themselves into Sepu’s left eye socket (blowing out the eye, of course) to give him infrared vision and other superpowers like the ability to throw atomic burps; all under the possibility of a strange telepathic contact between man and vagina — which, as expected in continued machismo, worked only one way because the labia didn’t talk back to Sepu.

The crux arises from the confrontation between future police officers, capable of having an airborne patrol (which doesn’t prevent it from being graffitied even when parked against a building wall several floors up), against a vampire imported from the Far East and her street-dwelling followers living on sidewalks or among garbage, a semantic extension used to designate the classic vampires related to Stoker’s Dracula (some drink blood, others alcoholic beverages). This psychedelic cocktail is properly seasoned with the worst expressions of double-entendre jokes, cultured or frankly popular vulgarities to such a degree that a linguistic study would be required to half-understand what the gang of street kids meant.

In other words, we are faced with the merciless product of a frank foul mouth unworthy of the Real Mexican Language Academy, with a generally vulgar output that my dear mother, may she rest in peace, never recommended to her friends or family. In its first edition (more than 20 years ago), a federal scholarship intervened so that a libertarian and highly humorous editorial could publish the first complete book. The joke is that if originally the Mexican state tried to silence my book, later the same state dedicated itself to distributing the text through what was then the official distributor, Educal; to make matters worse, it was sold in bookstores located in important official places like the Palace of Fine Arts, the international airport, and similar locations. If this doesn’t amuse you, patient reader, booksellers had the good sense to place La verija voladora in the children’s literature section simply because the cover had a very funny cartoon. As you might imagine, the book barely sold in those Mexican cultural sites.

Upon the masochism of some of my readers, who asked me to write the sequel to the first book, I did what was appropriate. Merchants in general already know: the customer is always wrong. So, practically a fifth of a century later, I wrote the second book where, I hope you understand, Sepu and his superior become the kings of the worst precinct in Mexico City to turn it into paradise thanks to the blow Sepu receives, which allows him to use 100% of his neurons simultaneously and connect with God so that, with the all-powerful mind (as the Mexican hero Kalimán said), he can turn ugly into beautiful, ignorant into wise, unhealthy into antiseptic and achieve that even the most pernicious pets can become objects of respect and environmental conservation; but, there is always a but, a Komodo dragon is affected and turned into a Godzilla-type monster who, about to die from blows by our hero with his vaginal eye, defecates seven beings like him but smaller — don’t think it’s an exaggeration — to create an almost biblical metaphor of the seven deadly sins that will, of course, be defeated by the man with the vaginal eye.

If you can’t find the filthy humor in these two books that start with a rape of a torn corpse and end with a purifying spiritual self-revelation of the man with the golden vagina, well frankly I give up, dear reader. If you still don’t feel like reading that book, where the two books about Sepu and his vaginal eye are gathered, I included a testimony from the director of the magazine Biombo negro, as well as the official letter the magazine sent to respond to the written denial by the Ministry of the Interior, the most powerful political office at the time from which the next presidents of that long-past PRI era, which viewed in retrospect was laughable but not for the right reasons, used to emerge.

In other words, if it doesn’t work as a humor book, it at least works as a testimony of Mexican censorship in cultural matters. Another joke in itself, considering that the reading percentage in Mexico is one-third of a book per year per person, according to official figures, which are always inflated and omit comment on the tens of millions of Mexicans whose concern for reading Nobel Prize literature is replaced by the simple desire to eat and survive to the next day without knowing how to read or write. So denying the possibility of reading something entertaining to the average reader is typical of black humor: if they didn’t read before, now even less.

There was also elegant humor, with greater social critique and no less analysis, such as Espantapájaros by Gabriel Trujillo Muñoz, which contains a delightful and enjoyable paranoid metaphor about popular fears and how to see them as true: while people worried a few decades ago about monsters that quickly became part of the Mexican imagination — the chupacabras, a terrible monster now associated with one of our ex-presidents who does not want to leave politics — Trujillo shows us how it is all about a genetic experiment that could not be controlled.

Talking about all the authors who paraded through the 1990s anthologies Más allá de lo imaginado, or through the pages of Asimov, or the heroic northern magazine Umbrales, led by Federico Schaffler, would be endless, so I will limit myself to closing this text with the most peculiar novel in Mexican humorism, impossible to replicate anywhere else in the world: Xanto, novelucha libre by José Luis Zárate. In Puebla, Xanto returns to fight all kinds of monsters, burning ants. For this, he uses his well-known acrobatics. And he strolls throughout the city as if it were the most normal thing. Between Boris Vian and Eduardo Mendoza, Zárate builds a universe as crazy as it is humorous and parodic. And beware of not laughing, because Xanto is capable, dear reader, accompanied by his creator Zárate, a literary chameleon as indispensable as his sidekick Porcayo, who from his initial cyberpunk novel La primera calle de la soledad gradually moved towards vampirism and gothic themes.

Humor, as you can see, is a serious matter in Mexico. Ask those from the Ministry of the Interior if it cannot be a reason for “requests or suggestions” (caricaturist Rius recounts that more than once the police took him for a ride in the patrol car to “suggest” he leave a certain politician alone or they would take him on a picnic with very peculiar canapés). Ask readers if they don’t prefer to laugh rather than cry, which they surely will when they realize all the comic (not political, I clarify) or humorous authors I missed. Ask the thousands of readers of Mexican Science Fiction. There must be some still alive.

 

1 "The Limits Chronicle of Mexican Science Fiction." Gabriel Trujillo Muñoz. Editorial Vid. Mexico 1999. "Expedition to Mexican Science Fiction." Ramón López Castro. Editorial Lectorum. Mexico 2001.

2 "Santa" talks about a provincial woman who becomes a prostitute in post-revolutionary Mexico. A truly dramatic story, but very entertaining.

3 Famous early 20th-century prison in Mexico City, still in use until the late '80s.

4 Area always marked as criminal, where today illegal and low-quality goods are sold, as well as being the base of a criminal cell involved in drug trafficking, kidnapping, extortion, and other unpleasant activities. It is an important place as it is said to be where the last confrontation between Spaniards and indigenous people during the initial conquest took place.

5 In Mexico, "chupadores" refers to alcoholic drinkers, especially those living on the street.

6 A nice expression derived from the Mexican Revolution where the poorest people were referred to as "los pelados" (the shaved ones), precisely because they had no shoes and usually shaved their heads to get rid of lice and other poverty-related insects, living in filth and, believe it or not, rubbing each other's heads simply as a sign of fraternity; very appropriate for those who end up lying on the street completely drunk and who join their heads for support, moral balance, and maybe due to lack of proper pillows.

 

(This text has been translated into English by ChatGPT)

Copyright © Ricardo Guzmán Wolffer. Publicado en Humor Sapiens con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.