Entrevista a Fernández-Larrea

Entrevista a Fernández-Larrea

"El humor no es burla"

Cuando surge La Seña del Humor en los años 80 en Cuba y comenzamos a presentarnos en La Habana, hubo un momento en que miré a mi alrededor y me sorprendí agradablemente al ver a nuevos grupos que hacían un humor muy en frecuencia con el que hacíamos nosotros. Ahí conocí “El programa de Ramón”, un espacio radial con buenos comediantes y con el guión y dirección de Ramón Fernández-Larrea. A partir de ahí he visto el desarrollo de su carrera como guionista, escritor, poeta, sus premios y distinciones y, claro, también he disfrutado de su amistad personal. Es un honor para mí entonces dialocar con esta gran figura del humor cubano.

PP: Tuviste mucha fama dentro del humor con tu espacio de radio “El programa de Ramón” en Cuba. Después te has dedicado a escribirles a humorista de la talla de Alexis Valdés, a publicar libros de humor, a escribir una versión de “La tremenda corte”, etc., etc. ¿crees que te ganaste el derecho de estar en la Historia del Humor Cubano? En mi humilde y molesta opinión lo estás, por ese motivo apareces en el “Breve diccionario del humor” que publiqué. Así que más que si pasaste o no a esa historia, me interesa saber cómo te sientes al respecto, qué piensas de ese asunto, y sin necesidad de una buena modestia ni de una falsa.

FDEZ-LARREA: No quiero hacerme el modesto, aunque tampoco quisiera ser inmodesto. La falsa modestia a veces se vende bien, aunque últimamente el mercado está inundado y eso hace bajar el precio. No creo que yo mismo pueda responder si tengo derecho o no, de estar en la historia del humor cubano porque respeto mucho a muchísimos que sí han dejado marcas eternas. Me encantaría estar, y creo que sería la mejor compañía posible, o al menos la más risueña. Si el humor es la capacidad de distorsionar la realidad, de verla desenfocada o enfocada de otra manera, sería como estar en la sala de espera de un siquiatra o de un oculista. ¿Te imaginas poder estar sentado junto a Groucho Marx, Woody Allen, el negro Olmedo, Buster Keaton?

Creo que he hecho humor para no llorar. Para dejar de conmoverme con la realidad, o para intentar que la vida me duela menos y le resulte más liviana a los otros. Es otra manera de la inconformidad, de la rebeldía.

Cuando miro hacia atrás, y no solamente para ver si alguien me persigue, veo que he hecho algunas cosas: comencé haciendo humor en la radio, luego en España cambié para la prensa escrita y después vine a Miami para hacer humor en televisión junto a Alexis Valdés. Tuve que aprender cada cosa porque eran medios distintos, medios nuevos para mí. No se hace un gag de la misma manera en radio que en televisión. Así que me he pasado la vida aprendiendo.

Ya lo de El Programa de Ramón fue un disparate tan complicado que quedé exhausto. Con él aprendí mucho de comunicación humana, de publicidad y de cómo un mismo chiste puede tener varios niveles de lectura. Me enseñó a burlar la censura con trucos que no he olvidado. Y, sobre todo, algo que todos buscamos, la aceptación de la gente y el respeto de los colegas. Me encanta trabajar con actores, con comediantes, escribirles personajes y ver luego cómo los defienden. Y eso en EPR pasaba cada día.

PP: Bueno, no todos los comediantes defienden los personajes, hay quienes los ofenden, pero es parte del riesgo y la necesidad. Y hablando de comediantes buenos, malos y nuevos, no puedo dejar de preguntarte sobre el boom del humor en Cuba durante los años 80. ¿Fue para ti un “Movimiento”? ¿Por qué crees que se dio ese fenómeno?

FDEZ-LARREA: Claro que fue un movimiento. Y lo curioso es que casi todos los grupos que se crearon surgieron en ambientes universitarios, lo que te da que había un nivel distinto en el humor que se hacía. Y no hubo problemas entre estos humoristas y su público, la gente estaba tan ávida y deseosa de un humor así, que no fuera burlarse solamente del pasado, que se desbordaban los locales donde actuaban. Fue una fiebre. Había necesidad de subvertir valores que ya agotaban, y nos creímos que éramos los llamados a hacerlo, y hubo complicidad en el pueblo.

Creo que hubo una fiebre, bastante duradera, que le dio carácter de movimiento al suceso. Hubo fraternidad y a la vez sana rivalidad, y sospecho que al gobierno le preocupó mucho, porque no era un humor para hacer catarsis solamente, era un humor afilado que hacía pensar.

PP: Sí, era un humor que hacia pensar. Y te diré algo: quizás no sea “blanco” la palabra correcta que califica un tipo de humor. El tipo de humor que hacíamos mayormente en esos años. Siempre he dicho que el humor “blanco” es el más difícil de hacer. Y sigo en esa misma línea. Mira, sé que te gustan mucho los juegos de palabras y en general ese tipo de humor “blanco”. ¿Qué puedes reflexionar sobre ese humor y sus tantos detractores en la actualidad, los cuales definen el humor sólo como una herramienta de ácida crítica, de extrema burla donde se ataca y humilla a las víctimas y todo aliñado con obscenidad y vulgaridades? (No sé si lo sabes bien, pero en Latinoamérica eso abunda).

FDEZ-LARREA: Ya a mi edad juego poco con cualquier cosa. Pero siempre me han gustado las asonancias y las aproximaciones y el humor de equívocos. Me encanta el humor totalmente negro, lúgubre y políticamente incorrecto. Soy un deslumbrado por el humor absurdo. Y, aunque muchos hablen mal del humor blanco por creerlo ñoño o insípido, no lo es. Ningún humor es inocente, porque en el fondo está la intención. Y lo del color es un ropaje o ciertos límites que se le ponen. Lo que jamás aprobaré ni compartiré que el humor se confunda con humillar a alguien, con abusar de alguien, con explotar los supuestos defectos de otro ser humano para hacer reír, porque eso significa que, si lo haces, te crees moralmente superior, y ahí traicionaste la esencia del humor. Una vez escribí por ahí -y alguien lo citó- que el humor no es burla, y si lo fuera, entonces búrlate de los poderosos, porque de los infelices se burla la vida.

No creo en el mal humor que tiene que recurrir a lo obsceno para hacer reír. Eso es bajeza aquí y en el teatro Shangai de la antigua Habana. Lo sugerente, lo sutil, el equívoco, provocan la sonrisa. La carcajada brota en situaciones extremas, la sonrisa es complicidad. Prefiero esa última, aunque disfruto mucho cuando algo me hace reír a carcajadas.

PP: Lo sé. Lo he visto siempre en tu obra. Pero sobre eso precisamente te pregunto: ¿Ha variado tu estilo personal de hacer humor –en cuanto a forma y contenido-, desde que comenzaste hasta el día de hoy?

FDEZ-LARREA: Creo que sí. Ya te dije que aprendo cada día. En Cuba no había disfrutado del humor de Monty Python, por ejemplo. O las variantes norteamericanas del stand up con sus diferencias temáticas y de estilos entre el humor simplón de lo que llamo el humor cowboy, de comediantes del medio oeste, el que hacen los afroamericanos o el sutilísimo humor judío newyorquino. Todo eso me ha alimentado, como también lo han hecho las sutilezas de Jardiel Poncela, la obra completa de Les Luthiers, o intentar responderme cómo y qué atractivos de nuestra idiosincrasia llevaron a “aplatanarse” de manera tan veloz y a integrarse al lenguaje popular a Castor Vispo o Francisco Chofre. Sé que mi humor ha cambiado pero no sabría decirte en qué. El cambio primero y más total es que me siento un hombre libre, responsable ante mí mismo y mi cultura, no ante ningún gobierno o religión, y eso me hace más querible, capaz y peligroso, aunque a veces mi mujer afirme que sigo siendo buena persona.

PP: Soy testigo de eso. Bueno y con todo lo que ya has hecho, me interasaría que me contestes con franqueza: ¿qué te gustaría hacer en tu carrera humorística que no hayas realizado aún, o lograr lo que no has logrado? ¿Deseas experimentar en otra modalidad en el humor, por ejemplo? ¿O de público al que te diriges siempre?

FDEZ-LARREA: Con la experiencia televisiva he aprendido y podido experimentar llegar a un público más amplio, siempre hispano porque creo en la grandeza de nuestro idioma y en sus infinitas posibilidades. Soy un enamorado de nuestra Lengua aunque hay lenguas más largas y gordas, e incluso lenguas muertas. Lo que quiero decir es que siempre busco resortes para desprenderme de la temática local, o la herencia cubana. Ir más a lo universal, al absurdo de la humanidad, donde sí hay puntos en los que coincidimos un esquimal y un jamaiquino, un gallego y alguien que vive en Hialeah. ¿Hasta dónde puede actuar el hombre como un perfecto idiota? ¿Qué pensarán los animales de nosotros (en Japón y en cualquier lado)?

Sobre las cosas pendientes, me encantaría tener menos presión de trabajar para sobrevivir y poder terminar un libro de cuentos policiacos de humor con un detective (cubano, eso sí) alardoso, superficial, tozudo y muy musical que resuelve casos para la policía por pura casualidad, de chiripa, porque cada crimen le recuerda una canción. Se llama Paelio Medina y me acompaña en la mente desde hace mucho.

PP: Me sorprende ese proyecto tuyo, porque tengo archivada una idea de cuentos policiacos absurdos. Ojalá publiquemos entonces pronto. Y hablando de temas “policiacos”. Yo tuve la oportunidad de escuchar varios programas que escribiste de la versión de “La tremenda corte” y los encontré exquisitamente similares en cuanto a calidad de guión y nivel humorístico a los originales de Cástor Vispo. En lo personal, ¿cómo fue esa experiencia? ¿Cuenta sobre tu investigación, el proceso creativo? ¿Estabas consciente del desafío a que te exponías? ¿Valió la pena? ¿Qué crees que diría Leopoldo Fernández, por ejemplo, si fuera posible que te comentara?

FDEZ-LARREA: Pude hacer 24 versiones de La Moderna Corte, un homenaje a Castor Vispo y a los grandes del elenco de La Tremenda Corte. Era una idea del comediante e imitador Eddy Calderón, a la que me invitó. Así le buscamos una justificación, y era esta: En un juzgado de La Pequeña Habana, en Miami, coinciden por pura casualidad, setenta años más tarde, los nietos de aquellos personajes del juicio radial, y todos se parecen a sus ancestros. Por supuesto, tuve que estudiar la candencia del chiste en Vispo y cómo lo regodeaban luego los grandes comediantes que eran Aníbal de Mar, el tremendo Juez, Mimí Cal en su papel de Nananina, Adolfo Otero metido en el gallego Rudesindo Caldeiros y Escobiñas y el inmenso Leopoldo Fernández. Fue difícil porque existía la referencia y ya se sabe que nunca, o pocas veces, segundas partes fueron buenas. Pero creo que lo hicimos dignamente atrapando la esencia de cada personaje y cómo serían las estafas nuevas de acuerdo con la realidad actual.

Tengo a mi favor la antigüedad de mi deslumbramiento con La Tremenda Corte. Escuché la primera emisión de ese programa en la inauguración de Radio Martí, el 20 de mayo de 1985 desde un estudio de la C.O.C.O en La Habana. Luego tuve la suerte de que cada amigo mexicano que me visitaba me llevara casetes con tres o cuatro Tremendas Cortes. Eso me ayudó a investigar entre los actores sobrevivientes que habían actuado en el programa, Reynaldo Miravalles, Armando Soler (Cholito) con quien solamente hablé una vez, y fundamentalmente con Edwin Fernández, que me contó muchísimas cosas sobre el espacio y su experiencia en él. Fue curioso que cuando en noviembre de 1993 yo viajara a México, invitado a la Feria del libro de Guadalajara, Jalisco, mis amigos de allí me presentaran como “el cubano que más sabía de La Tremenda Corte”. Eso me valió incluso el primer trabajo que tuve allí: supervisando una tesis universitaria de una estudiante que había escogido el lenguaje del programa y la había titulado “Lingüisticidio”. En Guadalajara pasaban La Tremenda Corte varias veces al día en distintas emisoras, y yo intentaba escucharlas todas. Más tarde, aquí en Miami, gracias a un amigo, pude tener los casi 280 programas que se salvaron. Grabados en La Habana, en la CMQ radio, entre 1957 y el 58.

Sobre qué diría Leopoldo, no sé. Me hubiera encantado conocerlo personalmente, aunque creo que sí he llegado a conocer la siquis de José Candelario Trespatines, el ambiente habanero en el que se movía, su tiempo y sus trampas. Es una picaresca inocente, de un truhán en pequeña escala, un delincuente simpático y menor, que intenta escapar de la justicia mediante el lenguaje. Justificar su delito confundiendo al Juez y a los testigos. Mareándolos con argumentos absurdos. Y en el fondo es uno de esos infelices que logra nuestra solidaridad porque se burla del poder, como hacía Charlot con la policía, dándole patadas en el culo.

PP: Toda la razón. En mis recorridos por Latinoamérica he visto la pasión que aún desata en estos tiempos La Tremenda Corte en Ecuador, Panamá, etc. Pero volviendo a ti. ¿Se te ocurre una pregunta que deseaste te hubiera hecho? Si es así, ¿puedes responderla?

FDEZ-LARREA: Me hubiera encantado que habláramos de mis padecimientos siquiátricos, que son míos, nada contagiosos, y que me ha costado mucho desarrollar y evitar que los estudien o me los arrebaten. Uno de ellos es que poseo una colección de personalidades bastante amplia, aunque solamente uso dos en la vida diaria: el poeta, que se conmueve con cada dolor humano y el humorista, que se burla de ese poeta que pierde el tiempo conmoviéndose.

O a lo mejor todo es como un disfraz, y otro día hablamos de disfraces. Una especie de máscara para ocultar el asombro y el hastío del mundo (también me gusta mucho el tango y soy un seguidor de sus letras). Me consuela pensar que no soy único (ni siquiera en eso, porque tengo la costumbre de llegar tarde). El mismo Bola de Nieve, alias Ignacio Jacinto Villa y Fernández declaró que él era un hombre triste que fingía estar alegre.

No sé si me he extendido mucho. Me encanta extenderme cuan largo soy, porque en realidad soy bajito. Así que, si quieres encogerme, hazlo. También me divierte ser encogido para algo.

Pero de la tristeza y de la alegría hablaremos en otra ocasión. A mí me encanta estar alegre solamente si me pagan. Y gracias por dejarme hablar. En mi casa casi no me dejan.

PP: Amigo mío, creo que el ser humano está diseñado para que convivan la tristeza y la alegría. El problema consiste en que si una de las dos emociones predomina sobre la otra estamos jodidos, porque nos hacemos daño a nosotros y a los que comparten nuestras vidas, a causa de la amargura o de la superficialidad; es decir, del llanto tenaz o de la risa perseverante. Por suerte, hay gente psiquiátrica como los afectados humoristas que tratan de equilibrar la vida como pueden. Y me disculpo por este párrafo pretencioso con el que finalizo este diáloco. Juro que lo hice con toda intención.

Y me despido de ti, dándote las gracias por regalarme parte de tu tiempo, esfuerzo y neuronas en dialocar conmigo. Sobre todo porque en medio de este intercambio surgió la idea de escribir algo juntos. Espero que un día se concrete. Será un honor.