El humor en la literatura infantil. La historia a contar

Pepe Pelayo
Creador y estudioso de la teoría y la aplicación del humor.

Es el punto principal para un creador de humor en narrativa para niños. Es común entre los autores que le pongan más interés al argumento que las situaciones, los diálogos, los personajes y demás elementos del lenguaje narrativo.

Por supuesto, saber si tiene calidad humorística un determinado relato es fundamental, sobre todo para recomendárselo a un niño. Pero para tener una idea real y concreta sobre el asunto, uno debería leer el libro y no hojearlo; así que si está ante él y la síntesis de la contratapa dice algo de situaciones “delirantes”, “cómicas”, “ingeniosas”, “chistosas”, etcétera, lo mejor es leer el libro, o preguntarle a alguien confiable que lo haya leído, porque esas calificaciones a veces son engañosas, ya que se basan en “ganchos” comerciales.

En el caso del humor infantil, los argumentos no deben ser muy enredados o complejos, aunque cumplan con los requisitos del clásico inicio, desarrollo y final. También deben cumplir que el interés vaya in crescendo; que haya sorpresas; que veamos exageraciones y demás herramientas del humor.

Pero entremos en materia. Lo primero es saber que la diferencia entre la literatura humorística y la literatura en general son las intenciones del autor, que en nuestro caso son las de hacer reír o sonreír.

El cuento infantil es una narración breve, con un sencillo argumento fantástico o en tono realista, donde se plantea un conflicto, se desarrolla y se le da un final, ojalá inesperado, pero de manera lineal. Y todo con relativamente pocos personajes. ¿Dónde podría estar presente el humor? Debemos empezar por los temas de las historias a contar.

Es muy importante en la narrativa infantil humorística que el argumento de la obra por lo menos sea graciosa y con un final que provoque risa o sonrisa. Claro, la obra será mejor si además de producir risas, hace pensar.

Muchos autores deciden crear contenidos donde se critica, se satiriza algo mal hecho, para lograr una enseñanza a partir de la risa. Eso es muy válido si se hace bien. Pero ocurre muy pocas veces.

El argumento puede tener un tratamiento realista (una historia graciosa en una sala de clases, por ejemplo) o fantástico (una historia graciosa en otro planeta, por ejemplo). Pero también el humor puede estar en un relato de terror, de acción, romántico o de cualquier género. Incluso el humor es frecuente encontrarlo en libros de géneros mezclados de ficción (humor con aventura y terror, por ejemplo).

Es frecuente que se use mucho la exageración, para “inventar” el tema de un libro: un rey se deja crecer el pelo dos cuadras de largo (libro Ni un pelo de tonto); o el absurdo: un volantín se eleva y queda enganchado en la luna y el personaje sube caminando por las nubes para alcanzarlo (libro Sipo y Nopo, un cuento de luna); o lo incongruente: un personaje tiene un diálogo con otro hablando de una cosa y el otro de otra, sin escucharse (libro Lucía Moñitos, corazón de melón); o muy fantástico: Un rey es soberano de un país en cuyo territorio apenas él cabe acostado (libro Trinos de colores); y lo extraño: que una niña se despierte, vea el día gris y triste, entonces para alegrarlo lea un libro y que la historia de ese libro sea la misma en la que ella se levante y vea el día gris y triste (libro Lucía Moñitos).

Muchos autores, para asegurarse de tener un argumento cómico, escogen las llamadas comedias de enredos o equívocos, por ejemplo, alguien le da una carta muy íntima a otra persona que jamás debía dársela y se provoca un conflicto y se enreda el asunto, hasta el desenlace feliz; o las llamadas temáticas “costumbristas”, por ejemplo, en un funeral que se realiza en una casa de campo comparten personas que ni se conocen y aunque no se debe hacer, cantan, pelean, se hacen chistes, etc..

A continuación, un ejemplo de un argumento donde el humor está presente en la historia misma y en cierta exageración de pensamiento, típico de niños. Se trata de un monólogo extraído del libro Cuentos de Ada, de la Editorial Alfaguara Infantil.

 

“…Ese día me preparé el sándwich más rico y grande que se haya visto jamás. Tenía la boca hecha agua. Me lo serví en un plato para comérmelo con tranquilidad en el patio. Pero, de pronto, recordé que estaba solo en casa con mi hermano Yoyito. ¿Y si me veía y se le antojaba la mitad del sándwich? Decidí entonces comérmelo encerrado en el baño... Sólo contemplarlo era una locura. Dos tapas de pan apretaban una hamburguesa doble, hojas de lechuga, cebollas, pepinillos, dos capas de rodajas de tomates, un huevo frito, varias lascas de queso, y sobredosis de mayonesa, mostaza y ketchup... De nuevo se me hizo la boca agua. Pero había un problema. O me comía uno a uno los ingredientes por separado, o aplastaba los panes y me lo comía todo a mordiscos, abriendo la boca lo más posible. Sí, porque el sándwich medía unos centímetros más que una estiradísima boca promedio. Y la mía no era tan grande... Dudé. Y en esa vacilación estaba cuando, Yoyito, al no encontrarme por ningún lado, comenzó a llamarme a gritos. No lo pensé dos veces. Que me perdonara el enano, pero no podía compartir aquella delicia. Abrí tan desmesuradamente la boca que sonaron los huesos de mi mandíbula. Sentí un dolor agudo, pero enseguida se me pasó. Sin embargo, una sensación de parálisis me invadió la cara. Tocándola con mis dedos lo pude comprobar: ¡se me había trabado la quijada! ¡No podía cerrar la boca! ¡Era increíble! ¡Tenía que ir al médico lo más pronto posible! Pero sentí miedo. ¿Y si salía y se burlaban de mí en la calle? Era muy fácil reírse si me comparaban con un buzón, por ejemplo. O si un gracioso me metía un papelito arrugado como si mi boca fuera un basurero. ¿Y qué diría Cary si me viera así? Nunca más se interesaría por mí. ¡Y lo que era peor! ¡Si el pesado de Orco me llenaba la boca con agua sacada de cualquier lugar! ¡O un hombre, sin darse cuenta, me apagaba un cigarrillo en la boca confundiéndola con un cenicero! No, no podía salir así... ¿Pero qué podía hacer? Intenté cerrarla a la fuerza, con una mano en la cabeza y otra debajo de la mandíbula. Nada. Entonces se me ocurrió una idea estrambótica, pero era mi única oportunidad: me golpearía la quijada con el puño cerrado. Comencé suavemente. Nada. Continué con más fuerza. Nada. La tercera vez, me concentré pensando en que golpeaba la cara de Orco.

El knock-out fue fulminante...

Percibí un fuerte olor a alcohol. Poco a poco se me fue aclarando la vista y comprobé que me encontraba en un hospital. Reconocí a mis padres parados delante de mi camilla. Entonces escuché el tono alto y agudo de la voz de mi hermanito:

-... y sentí un estruendo. Empujé la puerta y vi que era Ada. Entonces llamé a la ambulancia, como ustedes me enseñaron, y lo trajeron para acá. Ah, y también recogí su sándwich...

-Pues cómetelo tú, hijo mío –dijo mi madre-. Te lo mereces.

En ese instante sentí que se me hacía la boca agua. Y sentí también un profundo odio por mi hermanito...”

 

Para un libro humorístico para niños, sin dudas el tema, el argumento, es fundamental, ya que eso es lo que queda después de la lectura, y más en los niños. “¿Ya te leíste el libro donde pasa esto y lo otro? ¡Es comiquísimo!”, se informan unos a otros.

En fin, encontrar un argumento cómico no es fácil, pero sólo hay que ponerle atención a lo que sucede a tu alrededor o dentro de tu imaginación, para que aparezcan ideas que hagan reír.

Copyright © Pepe Pelayo. Publicado en Humor Sapiens con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.